El séptimo arte ha marcado toda mi vida, ya sea como espectador, distribuidor, organizador de cine-forums o incluso hasta proyeccionista. Y se puede decir ahora sin faltar a la verdad, que raro ha sido el día en el que no he visto alguna película, preferentemente por la noche, antes de acostarme. Por eso hubiera sido raro que estando en España no hubiera aprovechado mi fugaz estancia en la España franquista, para asistir a un rodaje cinematográfico. Aquí se habían rodado películas tan importantes como EL CID, LAWRENCE DE ARABIA, DOCTOR ZHIVAGO, 55 DÍAS EN PEQUÍN y la trilogía completa de Sergio Leone. Así que no dudé en aprovechar ese verano, participando en algún rodaje.
En Almería vivía un pariente, al que no recordaba haber visto desde que yo era pequeño y él me puso en contacto con alguno de los productores locales. En ese momento había tres rodajes en marcha: LAS PETROLERAS con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale; MARCO ANTONIO Y CLEOPATRA, que iba a dirigir y protagonizar Charlton Heston y otro spaghetti western de director poco conocido.
Quien me conociera a mí, podía suponer que me iría tras B.B. y C.C. sin dudarlo, pero entonces alguien me dijo:
-El western se llama BLINDMAN y lo va a protagonizar Ringo Starr.
-¿Qué? ¿El Beatleeeeeehhh?
-Sí, ya está aquí desde hace unos días; aunque nadie sabe dónde se aloja.
Parecía increíble. La casualidad me había permitido que estuviera en Londres en los días de la disolución del grupo, cuando la gente acudía en masa a los cines para ver LET IT BE. Y ahora iba a tener la oportunidad de poder verle y quizás hablar con él, sólo unos meses después de que la historia del grupo hubiera llegado a su fin. No lo dudé y haciendo de tripas corazón, cambié la compañía de dos actrices por la de un actor, por primera y única vez en mi vida.
Mis contactos familiares me facilitaron ser recibido al día siguiente por el productor español, Jesús Gárgoles, de quien luego supe que se dedicaba a producir películas religiosas en España y coproducciones eróticas con Alemania e Italia. Me preguntó por mi nivel de italiano, que desde luego era mejor que el suyo, y quedamos en ir juntos el siguiente lunes, a un lugar reservado y acotado cercano a Tabernas, que se hallaba a 35 Kms. de Almería ciudad.
-¡Ah! Y no te cortes el pelo, porque a veces hay que intervenir como figurante. ¡Cortarme el pelo! Hasta barba me hubiera dejado si hubiera podido.
El fin de semana lo pasé gozando de la playa y esperando nerviosamente que llegara la mañana del lunes. Busqué datos sobre el director, Ferdinando Baldi, y sobre el resto del reparto, pero en esas décadas anteriores a Internet, era difícil encontrar información que no fuera sobre toreros o folkóricas. A la mañana siguiente ya estaba yo antes de las 8 en el escenario natural de los páramos almerienses. ¡Mi gozo en un pozo, Ringo no estaba, ni se le esperaba… esa semana, claro!
Se estaba rodando la escena de la huída del grupo de bandidos hacia las montañas, donde sufrían una emboscada a manos del ejército. Primera sorpresa: entre los especialistas había ex-jugadores de fútbol latinoamericanos, como Amarilla, quien me dijo dándome una palmada en la espalda: “Chico ya tu ves lo que hago ahora. Pero yo fui extremo del Real Zaragoza”. Las caídas del caballo eran impresionantes, pero lo hacían muy bien. Supongo que los antiguos futbolistas se habrían entrenado ya, dejándose caer dentro del área. Pero esa era otra historia, aquí en 45 días se llevaron a dos al hospital y hubo algún disparo para liquidar a un caballo que se había roto las patas. De estos temas nadie quería hablar, porque comprobé que los especialistas no estaban asegurados.
Lo mejor del día de rodaje llegaba puntualmente a las 2 de la tarde: IL PRANZO o COMIDA. Y entonces fue cuando descubrí por qué a estas películas hispano italianas las llamaban spaghetti westerns. Durante todos y cada uno de los día, el almuerzo era siempre el mismo: espaguetis a discrección, con grandes trozos de carne picada “a la baldinesa”, que el robusto y hambriento personal repetía un par de veces. Todo ello y como buena coproducción italo-española, iba regado con sangría muy católicamente bautizada y de postre siempre sandía. Algunos la partían a golpes en cuatro trozos y arriba, abajo, al centro y pa’dentro, que ya decía mi tía abuela que la sandía se come, se bebe y te lava la cara. Si añadimos a todo ello el increíble calor estival almeriense, se comprenderá fácilmente que el personal por las tardes estaba más dispuesto a gozar de la spanish siesta que de acrobacias caballísticas.
La rutina continuó igual durante dos semanas, hasta que hizo su aparición el amigo del Pistolero Ciego, Candy, que no era otro que el esperado Ringo Starr. Como dije antes, nadie sabía dónde vivía, pero en el set de rodaje tenía una magnífica roulotte o caravana, a la que era tan difícil acceder, como a la caseta del Comandante de un Campo Nazi y claro, uno no era Steve McQueen, ni tenía una moto como la de EL GRAN ESCAPE.
A Ringo le llamaba en italiano el director Ferdinando Baldi “mi grano en el culo”. Un día, el asistente americano de Ringo preguntó que significaba esa expresión y yo, como buen pelota y aprendiz de diplomático, en vez de pain in the ass se lo traduje como “la niña de sus ojos” (the aple of his eye). Porque yo iba a lo mío y lo que me interesaba era hablar con él, o por lo menos que me dedicara el microsurco de OBLADI OBLADA, que había comprado en una tienda de Almería.
Ringo fue tan poco niña de los ojos y tan mucho grano en el culo que hubo que matarlo ochenta páginas antes de lo que indicaba el guión. Como buen inglés, no toleraba el calor y hasta hubo que repetir la escena del entierro de su personaje, porque era poco creíble para una película de esa época, que el cadáver sudase con tanta profusión. Al final como se puede ver en la película, se rodó un entierro nocturno, para evitar que el cadáver muriera de insolación. Este mes de diciembre en el Festival almeriense del Western, en el que el hoy otra vez de moda Franco Nero pronunció unas sentidas palabras en homenaje a Sancho Gracia, uno de los amigos comunes me hizo notar que en la película, alguien limpiaba el sudor del rostro del fallecido. Y he encontrado la imagen:
El entierro nocturno ya fue más del agrado de Ringo, aunque no se pudo poner un ventilador en el ataúd, como le hubiera gustado.
De mi participación en la película como figurante, mejor no hablar. Sabía que las botellas que te rompen en la cabeza no te hacen daño, pero mi inexperiencia en las riñas tumultuosas me hizo desconocer que los golpes son de verdad y que hay que mover el rostro en la misma dirección en la que viene el golpe, pero precisamente en sentido contrario y un poquito antes. Yo no lo supe hacer y comencé a sangrar profusamente, ya en la primera toma. Lo peor del caso es que por sangrar yo de verdad, suprimieron la escena del montaje final.
-En el cine todo es ficticio. La sangre también la ponemos nosotros.-Eso me dijo Renzo Genta, un joven ayudante de dirección del que me hice amigo y quien al año siguiente me llevó de visita por la fabulosa Cinecittá italiana.
Siempre me pregunté por qué esta película prácticamente no se exhibió, ni en España ni en Latinoamérica. La respuesta tardé años en conocerla y fue gracias a Internet. Tras la paliza de cabalgadas, dinamita, sangría y entierros nocturnos almerienses, se rodaron en Italia, cerca de 20 minutos de escenas de “destape”, convirtiendo este western de exótico en erótico. Aunque pensándolo bien, en la España franquista de entonces y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, el sexo era tabú y hasta los niños venían solitos de París, para evitar que los padres entraran en faena.
Pero volvamos a Ringo. El último día de su intervención en el rodaje, conseguí meterme en el campo de concentración que le separaba de los demás mortales. Para ello, ya me había camelado durante muchos días a Jeff, uno de sus gorilas, enseñándole a decir BASTA DE PASTA y PIÙ SANGRÍA en correcto italiañol. Me hicieron esperar a la puerta de su roulotte con mi disco en la mano, que ya estaba tan gastado que parecía de la época de Glenn Miller. Al poco tiempo llegó a recogerle un despampanante MERCEDES y minutos después el falso pistolero beatle apareció por la puerta de su improvisada vivienda. Yo había ensayado un largo discurso, pero sólo me dio tiempo a saludarle, acercándole a un tiempo disco y bolígrafo para firmarlo. Ringo se ladeó el sombrero, apenas me miró y se dirigió como un zombie hacia el vehículo, mientras me soltaba las cuatro palabras más injuriosas que me han dicho nunca en mi vida:
-Some other time, Pancho!
Cinco años después, Ella y yo hicimos un viaje por Andalucía, visitando el archifamoso “Oléwood” de Tabernas. Estuve revisando una por una, las paredes del entonces animado “Saloon” de las películas del Oeste, pero no pude encontrar una inscripción hecha en la madera con una navaja con firme pulso juvenil, que creo que decía:
-
No me llamo Pancho, cretino.
