Título original: Café de París
Director: Edgar Neville
Reparto: Conchita Montes, José Nieto, Tony D'Algy, José Franco, Julia Lajos, Mariana Larrabeiti, Rosina Mendía, Manuel Requena, Joaquín Roa
Guion: Edgar Neville
Fotografía: Willy Goldberger
Año: 1943
País: España
Duración: 85 min.
Producción: Procines
Género: Comedia
Argumento: Carmen, arruinada tras la muerte de su padre, abandona España y emigra a París, donde cuenta con la ayuda de unos amigos y unas pocas joyas familiares que ha de vender para poder comer. Poco a poco hará nuevos amigos en los ambientes bohemios de la ciudad.
Datos Técnicos:
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Texto de Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo:
De Café de París (Edgar Neville, 1943) sólo habíamos podido ver hasta ahora su segunda bobina en 16 mm, conservada en el archivo de Filmoteca Española. Hace ya unos meses recibimos alborozados la noticia de que Filmoteca de Zaragoza custodiaba la primera. Era cuestión de tiempo que ambas pudieran reunirse de nuevo en una única copia digital que permitiera el acceso a un título ausente de las pantallas hace varias décadas, tras su desaparición provocada por los sucesivos incendios que han ido esquilmando la historia del cine español.
Esta primera comedia conjunta de Edgar Neville y Conchita Montes constituye el eslabón perdido entre las películas de propaganda o históricas que auspiciaron el lanzamiento de Conchita como primera actriz cinematográfica —Frente de Madrid / Carmen fra i rossi (1939) o Correo de Indias (1942)— y las comedias cabales de la pareja —de corte fantástico La vida en un hilo (1944) o sainetesco-criminal Domingo de Carnaval (1945)—, en las que la intérprete encuentra definitivamente su máscara. Este proceso queda inscrito además en la propia cinta: embelesada en la música que ejecuta al piano en Café de París, Carmen (Conchita) es aquella otra Carmen, quintacolumnista en Frente de Madrid, y ella misma en la casa de huéspedes que regenta en San Juan de Luz buscando un medio para sobrevivir durante la contienda, interpretando a Chopin para un plantel de variopintos huéspedes y un Edgar recién regresado del frente de la Ciudad Universitaria, donde realiza a la desesperada labores de propaganda para depurar un expediente manchado por sus simpatías azañistas. Otrosí: los bibelots y maritatas que saturan la casa de los parientes manchegos de Carmen, no menos horrendos que los que se acumulan en el hogar de provincias de La vida en un hilo. Al fin y al cabo, las alternativas vitales que se le ofrecían a Mercedes en esta —el soso ingeniero interpretado por Guillermo Marín y el alegre escultor encarnado por Rafael Durán— ya habían sido ensayadas en Café de París con el misterioso y romántico Lobo Feroz de José Nieto y el excéntrico compositor de Tony D’Algy. Pero si en la obra maestra de 1945 ambos destinos conviven y Mercedes es plenamente responsable de su elección, dos años antes Carmen aún carece de autonomía y ha de someterse a la decisión del destino que hace que su auténtico amor sea un hombre casado y, por tanto, impracticable para un matrimonio que constituye la única vía de escape a una vida rural mezquina —ni Edgar ni Conchita, que nunca pasaron por vicaría, comulgan lo más mínimo con la imagen arcádica que franquismo y fascismo propugnaban para el agro—, En ella, Neville lleva la contraria a su admirado Rusiñol: no se trata de L’alegria que passa, sino de la alegría que nos lleva en volandas al happy end.
La cinta comienza con la subasta de los bienes de la familia de Carmen, el personaje encarnado por Conchita. Con el dinero obtenido marcha a París, donde busca emprender una nueva vida gracias al trabajo que espera encontrar con la ayuda de unos conocidos. Pero la dirección que lleva consigo está equivocada y en busca de alojamiento termina cayendo en una buhardilla bohemia. Es este el auténtico punto de arranque del filme, el pistoletazo de salida para que Neville despliegue su galería de personajes excéntricos, interpretados por varios de sus actores favoritos con los que crea un microcosmos repleto de humor: Julia Lajos, Joaquín Roa, Mariana Larrabeiti, Manuel Requena... Roa es un pintor que sólo pinta bodegones de comestibles que ofrece a los comercios del ramo con tal de poderse comer el modelo. El orondo Requena es su admirador, una especie de agente a la caza de alimentos visualmente sugestivos. El pintor se apellida Landusky, pero es que, explica, «había que llamarle de algún modo y en Polonia gastan estas bromas». Julia Lajos también se autojustifica: «Llevo cuarenta años sin decidirme por una ocupación definida. Soy una espectadora de las ocupaciones de los demás».
Café de París es la primera película que realiza Neville tras la guerra que se orienta abiertamente hacia la comedia, como esbozo de los que será gran parte de su memorable trabajo posterior. No es ajeno a esta orientación el trabajo que por esos mismos años está realizando su amigo Miguel Mihura, que introduce pinceladas de humor codornicesco en sus colaboraciones como guionista para Antonio Román, Benito Perojo o muy pronto con su propio hermano Jerónimo. Pero, más atento que el director de La Codorniz al dibujo general de la cinta y a los matices en la interpretación, Neville no solo juega con ellos sino que estructura la película sobre este diseño que va a orientar definitivamente la carrera de Conchita Montes tanto en el cine como en el teatro, donde mantendría una importante línea de trabajo en paralelo y donde terminaría encontrando su auténtica vocación.