Una de las obras de Josep Soler a la que se puede acceder en distribución comercial es hoy
, ópera en dos actos de la que Columna Música distribuye desde 2012 la grabación del estreno de la partitura en los años setenta bajo la dirección de Antoni Ros Marbá. El libreto parte de la tragedia de Séneca Edipo, pero con la adición de textos de Yocasta tomados de la tragedia de Sófocles sobre el mismo mito.
¿Edipo es la tragedia sobre el incesto?
Es uno de sus aspectos, y de los más importantes, pero quisiéramos insistir que esto no es lo determinante en la composición del drama musical que escribimos sobre el texto de Séneca más unos fragmentos esenciales de Sófocles: asesinato, mutilación, suicidio..., todo ello, de una u otra forma, aparece en escena, pero lo que se agita como amenazadora e inevitable sombra detrás de la acción es algo, sin imagen y forma, algo que condiciona y exige responsabilidades sin que los seres que sufren su voluntad puedan saber el porqué de todo ello y por qué ellos, precisamente ellos, tienen que sufrir tantas desgracias...
Pero, más que el asesinato del padre y el incesto con la madre, de los que tantos hombres -tal como Sófocles observa- han tenido su realización en los sueños antes que en una temida realidad, aquello que con más crudeza se expone, en ambos trágicos, es la predestinación, la omnipotente e inevitable voluntad del dios sobre los humanos que los empuja, sin ellos saberlo y sin que su inocencia quede en duda, a realizar aquello que no quisieran y los lleva a no poder transitar por los caminos que tanto ansían o ansiaron...
Y porque es una máquina de violencia y horror, máquina sublime y divina, trascendente a todas las cosas, la que obliga en sus actos y, desde su eternidad, fuera del tiempo, quiere y desea que aquello se lleve a término, a pesar de su desesperación, el porqué, está más allá de cualquier posibilidad de comprensión humana: sólo resta inclinarse y callar con el resignarse de los que, en el tiempo y su ciega duración, tienen que soportarlo y cumplirlo. Aunque no quieran, aunque hagan todo lo posible para huir de la ferocidad divina, ésta será la que se cumpla y la que se llevará a cabo: el hombre es sólo el fantasma, la figura huidiza y también ciega, de las voluntades irracionales, fuera de toda lógica humana, del dios...
¿Por qué nos atrevimos a evocar las sombras augustas de Edipo, finalmente ciego; de su madre; de Tiresias, que sabe, con visión allende la luz, precisamente por ser ciego, qué es lo que sucederá; la del pastor o la del cuñado del rey, y por qué dejamos que la visión fugaz pero omnipresente del "dios embustero", al que Edipo increpa con terribles palabras, esté siempre presente, llenando la escena con su silencio y su invisible imagen, pero con las manos y su voluntad teñidas de sangre?
Pero, ¿acaso no es el dios el que necesita nuestra compasión y ayuda? Y desde tantos, inmensos, sombríos o deslumbrantes caminos dorados, senderos hacia la ceguera, lugares que nunca cesan de estar alrededor de los humanos, será avisado, por su soledad y por el desamparo que su ausencia derrama sobre los hombres. Rilke, a finales del siglo diecinueve, le dice: "¿Qué harás Tú, Dios, si yo perezco?... soy tu vaso, tu bebida, tu vestidura..., conmigo pierdes tu Sentido..., después de mí no tendrás dónde te reverencien palabras tibias, íntimas..., de tus plantas fatigadas cae la suave sandalia que soy...: tu mirar, que acojo, caminará en mi busca y se dormirá en el regazo de extrañas piedras... ¿Qué harás, Tú, Dios? Estoy atemorizado...".
Edipo increpa al dios y, a pesar de la sublime serenidad que, años más tarde, en sus momentos finales, sagrados por los versos del poeta que rodearán su muerte y tránsito, quizá nunca llegue a saber por qué la violencia divina se precipitó sobre su familia y sobre los súbditos que, inocentes como él, le rodeaban, y a todos ellos los aplastó con su furor irracional; pero, ¿en qué extrañas piedras apoyará su mejilla el dios si muere en sus criaturas? Su mirada caminará en vano... ¿Y en qué aire podrán desaparecer las suaves palabras que aliviaban su fatiga y dónde estarán las sandalias que le eran portadoras?
El sufriente, el hombre de los dolores, ¿es el dios o aquellos predestinados por horribles voluntades que a Él se acercan y en sus garras se destruyen...? ¿O ambos son complementarios al inmenso, quizás infinito, dolor de ser...?
¿Por qué nos atrevimos a escribir, o a intentarlo, aquello que ni Wagner ni Strauss o Berg y Schoenberg se atrevieron (sólo Enesco escribe una obra de gran valor y calidad sobre este tema, y Mussorgsky, en sus comienzos, proyecta unas músicas sobre Edipo de las que únicamente se conserva un coro)?
Responder al interrogante ético -para los humanos, por lo menos- sería responder a la pregunta que nunca ha tenido respuesta: ¿por qué la voluntad de la Substancia Absoluta carece de ética y está allende cualquier moral -o, asimismo, de cualquier amoralidad-? ¿Por qué siempre calla y sólo la sangre de los terrores de aquellos que viven, que es todo, todas las cosas y seres -y Él mismo, pues Él es, también, una cosa pensante, extensa en nuestra "materia"-, todo lo que Él puede pensar, pues todos sus universos son vivientes antorchas de temor y angustia, -por qué sólo la sangre- le rodea como una resplandeciente aureola de divina indiferencia?
¿Por qué, si es un dios, una sustancia de infinitos atributos, tanto y con tanto cuidado esconde el atributo de la compasión o el de saber acariciar una herida que Él mismo ha sabido abrir? ¿Por qué, a pesar de ello, está más cerca de nosotros que la vena yugular...?
Esto es lo que nos empujaba a escribir, entonces y ahora...
.- 26 de marzo de 2012.