Aprovechando la aparición de una copia de
Menjant garotes (Luis Buñuel, 1930) y de la edición gratuita en pdf del segundo numero de la revista Buñueliana, donde Jordi Xifra publica un artículo sobre dicha película, me he puesto con ambas. En dicho artículo el director del Centro Buñuel de Calanda, plantea una lectura deleuziana de la cinta, encuadrándola en los albores del naturalismo fílmico, dentro del grupo de las imágenes-pulsión deleuzianas. Asimismo opina que la película es un ajuste de cuentas con el pintor, a quien rechaza simbólicamente de manera definitiva. Tampoco encuentra Jordi Xifra en ella nada adscribible a Dalí, ni siquiera como mínimo recuerdo; ni siquiera una leve alusión al viejo interés daliniano por Vermeer, como ejemplo perfecto del arte antiartístico tan querido por el pintor.
Apunta Jordi Xifra en las páginas 46-47 de su ensayo (cito por la paginación impresa en el pdf de la Universidad de Zaragoza)
“…si en nuestra película no hace falta introducir una referencia explícita al máximo representante, según Dalí, del artista moderno, Vermeer, para subrayar el discurso antiartístico -como ocurre en La encajera en Un perro andaluz-, es porque, esta vez, se trata de una película de Luis Buñúel en su totalidad…”
Pienso que sí existe en el filme una clara referencia a Vermeer, si bien de manera implícita y disimulada. Hay algo en la imagen de Catalina Domènech, la “Tieta”, algo en su manera de sentarse leyendo, en la estructura y diseño de la mecedora que nos “golpea” a modo de un punctum barthiano.
Algo que nos reenvía a otro lugar, que nos retrotrae aquí:
En este plano de Un perro andaluz, Buñuel coloca a Simonne Mareuil en una posición muy cercana a la que, en Menjant garotes, colocará a la Tieta. Ambas mujeres están sentadas erguidas, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, mostrando las piernas, recibiendo la luz desde un gran ventanal situado a su izquierda y leyendo un libro.
Libro que, una vez abandonado por Simonne Mareuil en Un perro andaluz, nos permite saber que trata sobre el pintor Johannes Vermeer, cuya obra,
La encajera se muestra claramente en su página abierta.
He aquí, pues, la referencia a Vermeer. No en la mostración de cuadro o imagen alguna directamente atribuible al holandés, sino en la composición del propio plano inicial de la película familiar. Plano que tanto alude al pintor holandés, como a su amigo Salvador, a quien invoca valiéndose del reflejo fantasmal de la figura de su padre apenas entrevista en el cristal de la puerta.
A partir de aquí, Buñuel no solo de comienzo a su estrategia de congraciamiento con el señor Notario; también inicia su plan de “liquidación” tanto de la figura de su amigo por medio de su padre, como muy bien a explicado Xifra en su ensayo, como de la propia clase burguesa a la que pertenece el padre, tal como la estaba perpetrando en esos momentos en su rodaje de L’Âge d’or, en los acantilados de Creus.
Este plano detalle de La encajera, entresacado de Un perro andaluz, que la visión de Catalina Domènech leyendo nos ha sugerido, vuelve a golpearnos como otro punctum barthiano, que nos devuelve de nuevo a la película familiar. Poco después, con los dos personajes ya dentro del salón familiar, vemos al matrimonio leyendo juntos. Él mira una revista de arte ilustrada (Cahiers d’Art), ella lee un libro.
De improviso él reclama la atención de su mujer, y le muestra algo en la revista que nosotros no podemos ver:
A continuación ambos se levantan de sus asientos y salen del salón, visiblemente serios:
¿Cómo no pensar esta pequeña escena como un tercer punctum que nos envía al motivo de la expulsión del pintor de la casa paterna? Parece como si Buñuel, de manera sibilina, hubiera puesto en escena el descubrimiento de la traición del hijo por parte del padre, haciendo posible su inmediata “eliminación” simbólica.
Además esta pequeña escena también nos permite prever el comienzo de la demolición de la burguesía por parte del cineasta. Estas capturas nos adelantan otra escena “similar” rodada por Buñuel en 1974, para el filme Le fantôme de la liberté. En esta otra escena, cineasta “retrata” a una pareja burguesa que aprovecha la visión de unas imágenes supuestamente pornográficas, regaladas por un pedófilo a su pequeña hija, para excitarse sexualmente.
Estas imágenes supuestamente obscenas y abyectas que en principio tanto les incomodan, entristecen e indignan,
pero que acaban excitando sexualmente a la pareja.
no son otra cosa que...
simples postales turísticas. Esta escena sobre la fatuidad e incoherencia del pensamiento burgués, rodada por el cineasta 44 años después de Menjant garotes, viene a reafirmar su convencimiento de la ignorancia y necedad del padre, indignado por el cuadro de su hijo. El Sagrado Corazón pintado y expuesto por Dalí, que supuso su expulsión de la casa paterna una vez enterado su padre por la prensa, no era otra cosa que un “reclamo turístico” para burgueses; una forma de “Èpater les bourgeois”, para obtener nombre y fama.
Si la escena de la lectura conjunta y el posterior abandono de la sala, por parte del notario y su esposa, permite entrever el comienzo del ataque del cineasta al padre del pintor, será la escena de la comida de erizos la que le habrá de permitir “liquidar” no solo a su amigo, sino también al propio notario, y la clase que representa. Para ello Buñuel se va a apoyar en un filme anterior, aunque ajeno, que le permitirá subrayar metafóricamente la opinión que le merece el padre del pintor.
Durante la escena final, en la que Salvador Dalí padre come erizos sentado a una mesa del jardín, ante la atenta y servicial mirada de su mujer, sucede algo que nuevamente nos golpea. Varias expresiones de su rostro mientras come los erizos, varias huellas de su cuerpo y movimientos de sus manos requieren nuestra atención, como si de un nuevo punctum barthesiano se tratase…
Esos gestos y expresiones de su rostro, esa complexión, esa práctica ausencia de cuello o esas manos que sujetan ansiosas los trozos de erizo nos hacen recordar algo visto anteriormente en
Nosferatu. Eine Symphonie des Grauens, el filme que Murnau había rodado en 1922. Nos referimos a ciertos planos de Knock, el agente inmobiliario que envía a Hutter a Transilvania a vender una casa al conde Orlok…
El siniestro Knock, el todopoderoso agente inmobiliario, de quien dependen la felicidad y seguridad de las personas que están cercanas a él; el mismo que, luego lo sabremos, también depende de poderes superiores, y que pagará con su vida el enfurecimiento de los vecinos de su ciudad, parece anunciar el futuro que le espera al notario y, por extensión, a la clase que representa. Tal vez por eso Buñuel, tras la panorámica que muestra el otro lado de la vida familiar de los Dalí, la vida cotidiana de los habitantes del lugar…
Inserta este plano medio de Salvador Dali padre, mirando con interés y preocupación hacia ese lugar ajeno a su vida familiar que permanece en off, hacia esa aparente calma que no parece presagiar nada bueno.
Pocos años después la Guerra Civil hizo tambalear gravemente la tranquilidad de los personajes reales, pero de eso ya, si eso…