Me ha parecido muy interesante un comentario en el blog LA ABADÍA DE BERZANO, así que os lo dejo también por aquí por si queréis echarle un vistazo:
Saludos.Carlos Lucas se encrespaba al oír hablar de El viaje a ninguna parte. Él sabía adónde iba. De otro modo habría desertado, como tantos de sus compañeros, de un oficio en el que siempre estuvo en el pelotón. Si acaso, un triunfo de etapa le permitió subir al pódium y ser el centro de atención durante unos minutos. Después, vuelta al anonimato. Rodaba entre los modestos, empujando al líder. Parece que las grandes batallas se libran solo delante, pero aquí también hay codazos y cruces malintencionados. En los bordes de la carretera los rostros quedan atrás como manchas borrosas. Entre los que pedaleaban a su lado unos abandonaron por cansancio, otros sufrieron una caída, aquellos fueron descalificados por no jugar limpio. Pero él seguía pisándole al pedal después de setenta y dos años, esperando ver la pancarta de meta. Carlos Lucas podía haber sido ciclista. O cosmonauta. O banderillero… pero fue actor de reparto.
Se podría decir que a principios de los 90 algo cambió en el panorama cinematográfico español. Una legión de jóvenes cineastas que habían mamado el cine nacional que les precedía sin ningún tipo de complejos, cogieron el timón de nuestro cine con unas enormes ganas de contar historias para divertir/emocionar/asustar al público. De esta nueva generación surgieron Luis Guridi y Santiago Aguilar – más conocidos como La Cuadrilla -, unos cineastas que ya que en sus inicios mostraron un sentimiento muy especial por la vieja cantera de actores de nuestro país. Su salto al largo, Justino, un asesino de la tercera edad, era una ácida crítica entorno a la vejez y la jubilación, para la que contaron con un elenco de actores secundarios de avanzada edad encabezado por Saturnino García (al que se le premió por su interpretación en los Goya y en el Festival de Sitges de aquel año) y un actor de aspecto frágil y bondadoso llamado Carlos Lucas, que con el papel de Sansoncito (el único papel importante de su carrera en el cine) ganó el premio al mejor actor en el Festival de Peñíscola.
Carlos Lucas protagonista absoluto de este documental dirigido por la mitad de La Cuadrilla, es decir, Santiago Aguilar, fue un hombre de estos que gusta llamar “humilde” o “normal y corriente”. Figurante por excelencia, sus trabajos para el séptimo arte se limitaban a meras apariciones o a unas pocas líneas de dialogo en el mejor de los casos, por lo que pese a que en los últimos años su rostro estuviera ligado a numerosos éxitos de nuestra industria – véase el caso de El día de la bestia, Airbag, Torrente, el brazo tonto de la ley o El milagro de P. Tinto -, Carlos Lucas jamás formó parte del, digamos, star system español (aunque sin embargo si podríamos asegurar que, aunque él no fuera consciente de ello, ha sido uno de los pocos testigos de ese cambio en el cine patrio del que hablábamos al principio, ya que su carrera ha estado presente en buena parte de la filmografía española).
De reparto: retrato de un actor brilla por la humanidad que despiertan los anacrónicos y laberínticos recuerdos de este actor. Lo que dice Carlos Lucas durante el documental, o simplemente lo que NO dice, se nos antoja “real”, sin concesiones de ningún tipo. Podemos ver a Carlos Lucas cantando a capela algunas de sus composiciones, yendo a algún bar sin demasiadas ganas (“hacía tiempo que no iba y al parecer, luego le pedían explicaciones”), escucharle mientras nos narra la sinopsis de un guión de cine negro que escribió (y que nunca se llegó a realizar) mientras se suceden unas fantásticas ilustraciones de Víctor Coyote, y le veremos con el moquillo asomando, mientras espera muerto de frío a que le llamen para hacer una breve aparición en un cortometraje. Así era su vida, su trabajo, su pasión.
De reparto… es un documental sobre Carlos Lucas y aunque en algún momento parezca que Santiago Aguilar y sus otros interrogadores busquen indagar en los sentimientos de este hombre, queda claro que desde luego lo que vamos a ver “no es Lo que el viento se llevó”. Así que, aunque veamos a Lucas llorar emocionado ante los “cánticos” del hijo taxista de un amigo, u observar como su mirada se llena de lágrimas mientras mira una breve aparición suya en una vieja película de los años 50 o 60, muchos de sus sentimientos y actos terminarán por parecernos una incógnita. Y es que, tal y como dijo Socrates, “el mayor de todos los misterios es el hombre”. Y eso es precisamente lo maravilloso de De reparto…: no dramatiza nada, lo muestra todo tal cual, sin querer adornar con ribetes hermosos (o trágicos) lo que se nos narra. Solo la cruda y a veces ilógica realidad, con sus pros y sus contras. Con honestidad, dejando que el protagonista se muestre tal cual era. De reparto: retrato de un actor es como su título indica un retrato, algo que últimamente cuesta conseguir en este género de los documentales.
Según el propio Santiago Aguilar, para el rodaje, – que nació de casualidad (en un principio se quería escribir un libro sobre Carlos Lucas) -, se ha seguido la máxima de Kipling, es decir “escribe como si no supieras como termina la historia”. Por ese motivo, su final inconcluso y trágico por naturaleza, resulta tan injusto. Carlos Lucas tenía fama de “gafe” – su primo con el que estaba peleado se lo decía, incluso su padre también tenía algo de eso…-, y fue precisamente su mala suerte, haya por el 2004, pocos días después de los atentados de Madrid, la que le gastó una última broma. Aunque esta vez demasiado cruel, ya que lamentablemente no pudo ver terminado este trabajo…
De ahí que una de las frases finales narradas en off por Santiago nos resulten de lo más reveladoras: “de no haber muerto Carlos, todavía seguiríamos rodando el documental”.
Juan Pedro Rodríguez Lazo
FUENTE: https://cerebrin.wordpress.com/2010/08/ ... -un-actor/
EDITO: también hay un magnifico blog sobre Carlos Lucas: http://www.dereparto.carloslucas.es/