Cruzaron de noche la frontera ruso-prusiana y en el puerto de Pillau embarcaron con destino a Londres en el velero Tetis escondidos entre los fardos de mercancías. Algo que no debió resultar nada simple teniendo en cuenta que les acompañaba Robber, su enorme perro Terranova.
Comenzó la tempestad que creció furiosa arrancando el mascarón de proa. La tripulación culpa de la mala suerte a los pasajeros clandestinos que se mantenían abrazados “para morir juntos”. El barco busca refugio en las costas noruegas y, bajo la protección de un fiordo, Wagner escucha el canto de los marineros, grabándolo en su memoria (luego será el tema que aparece en la obertura) al tiempo que se jura no volver nunca más al mar.
Este fue el germen de la ópera, cuyo libreto escribió el propio Wagner bajo el título de Das Geisterschiff (El buque fantasma).
El susto había hecho recordar a Wagner la leyenda de El holandés errante, ya tradicional entre los marineros del norte de Europa desde el siglo XV, del navegante condenado a surcar los mares eternamente hasta encontrar una mujer cuyo amor, desinteresado hasta la muerte, fuera capaz de librarle de la maldición. Leyenda que Heine había recogido en sus Memorias del señor von Schnabelewopski (1834) en un momento en el que el interés por las historias fantásticas estaba alcanzando su cenit de mano del Romanticismo. En este sentido, la historia entronca con el realismo fantástico de la Ondina de Albert Lortzing, el cazador furtivo de Weber y el Vampiro de Marschner (título que fue dirigido por el propio Wagner en 1830 y cuya Narración de Emmy prefigura la Balada de Senta).
Necesitado de dinero, vende a la Ópera de Paris el libreto a cambio de 500 francos. El compositor hoy olvidado Pierre Louis Philippe Dietsch sería el encargado de ponerle música sin ningún éxito. No obstante, Wagner se arrogó por escrito el derecho de reutilizar su argumento en un futuro. Y así, en la primavera de 1841, empezó a componer la música de Der fliegende Holländer completada en ese mismo año y estrenada bajo la dirección del autor en Dresde, en 1843.
Aunque Wagner no renuncie aun a los números cerrados, la estructura musical y la definición psicológica de sus personajes –a través del texto, la línea vocal, la atmósfera orquestal…- es aquí ya revolucionaria. El tema de la redención por amor –recurrente en sus obras- ya está presente en esta obertura. También la aparición de los leitmotiv: el del Holandés, el de Senta y el de los marineros.
Para recrear una atmósfera angustiosa, Wagner rescata el disonante tritono (cuarta aumentada o quinta disminuida). Y aquí hago un inciso porque este intervalo tiene su curiosidad: En la Edad Media estuvo prohibido por la Iglesia ya que consideraba que el diablo entraba a través de este intervalo al que llamó “diabolus in musica”. Acabo… y también está el desarrollo del cromatismo que es uno de los elementos melódicos esenciales en la obra. Tanto la obertura como el argumento de la ópera están formados por dos elementos fundamentales: la tempestad en el mar y el amor redentor.
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La acción se desarrolla en las costas de Noruega en época indeterminada y narra el encuentro de unos marineros con un misterioso buque, con las velas de color de sangre, en el que viaja un personaje espectral: el holandés errante, un navegante perseguido por una maldición y condenado a navegar sin reposo, al que cada siete años se le concede la posibilidad de bajar a tierra en busca de un amor puro que lo salve, con la muerte. Daland, el capitán de la nave noruega, se lleva a casa al holandés, del que Senta, su hija, se enamora y acaba muriendo por él en prueba de fidelidad para redimirlo de la maldición que le persigue.Daland, un marino noruego (bajo)
Senta, su hija (soprano)
Erik, un cazador (tenor)
Mary, nodriza de Senta (mezzosoprano o contralto)
el timonel del buque de Daland (tenor)
el holandés (barítono)
marineros, muchachas del pueblo, las voces de la tripulación del buque fantasma.
Acto I
Una tormenta obliga al velero del capitán Daland a buscar refugio en una agreste ensenada de la costa noruega. La tripulación se retira a descansar, sólo el timonel queda de guardia y canta una canción a su prometida "Mit Gewitter und Sturm" ("A través de la tempestad y la tormenta"), a la que no ha podido abrazar ese día a causa de la tormenta.
El timonel acaba durmiéndose, vencido por el cansancio. De repente centellean unas luces fantasmales sobre el mar, sopla el viento y sobre las aguas aparece un imponente buque con mástiles negros y velas rojas. El buque se dirige hacia la ensenada y echa el ancla cerca del velero de Daland. Del buque fantasma desciende un hombre solo. Con mirada sombría y pasos lentos sube por la costa. Es el «terror de los mares» (como se denominará más adelante), el «holandés errante», que –en un largo canto recitativo- nos cuenta la maldición que pesa sobre él y su anhelo de morir.
Daland sube a cubierta y ve el barco. Sorprendido, despierta al timonel. Ambos dan voces según los usos del mar: ¿Nombre? ¿Bandera? Sin embargo, del gigantesco cuerpo negro no sale ninguna respuesta. Entonces Daland ve al holandés en la costa y entabla conversación con él. El extranjero le pide que le dé albergue ofreciéndole a cambio magníficas joyas. Y si quiere conocer a su hija, incluso casarse con ella, el ambicioso Daland no tendrá nada que objetar; Senta es una joven buena, bella y virtuosa, explica al holandés. Entre tanto el viento ha cambiado ("Süd-wind!"). El buque de Daland puede levar anclas y poner rumbo al hogar. El buque del holandés lo seguirá. El misterioso extranjero permanece todavía un instante en la costa, mientras los marineros cantan.
Acto II
El preludio del acto segundo sigue el camino del holandés desde el mar hasta la casa de Daland. En el gran salón, las jóvenes del pueblo están ocupadas hilando.
Sólo Senta no participa en el canto alegre y despreocupado de sus compañeras ("Coro de las Hilanderas"). Su mirada se posa continuamente en un enorme cuadro, colgado sobre la puerta, con la imagen de un hombre extraño. El cuadro representa al «holandés errante», tal como vive en la fantasía de los habitantes de la costa. Las jóvenes se burlan de Senta a causa de sus ensoñaciones románticas. Finalmente, la invitan a que cante su canción favorita. La grandiosa balada comienza con el motivo del destino del marino condenado, que aparece en la orquesta.
Canta sobre las tormentas del mar, sobre la condenación eterna; luego su voz se hace más suave, más implorante; la melodía de amor pone consuelo sobre la desesperanza. Con profundo temor, las compañeras oyen con horror las últimas palabras de Senta: que el cielo la elija para ser la redentora del desconocido marino. Erik, que ha entrado calladamente en la sala y percibe el encantamiento de la joven, a la que ama desde hace mucho tiempo y con la que quiere casarse, se estremece.
Fuera se oyen voces de alegría. Han regresado los marineros, su buque se ve ya detrás de las rocas. Las mujeres corren hacia la orilla. Erik retiene a Senta, le suplica que interceda ante su padre en su favor, para conseguir su mano. Senta le rehuye. Luego Erik le cuenta un sueño en el que la ve abrazada al navegante del cuadro y cómo huía con él por el mar.
Senta se estremece ante esa confirmación de sus propios presentimientos. Ahora sabe con seguridad que el holandés se presentará. Y mientras Erik, profundamente afectado, se retira, Senta canta una vez más el motivo de la redención por el amor. Antes de que termine, se abre la puerta. El marino extranjero se detiene debajo de su propio cuadro. Detrás de él aparece Daland y saluda ruidosamente a su hija. Pero Senta está como hechizada. No puede dar un solo paso ni pronunciar una sola palabra. Por último, Daland se retira, evidentemente satisfecho por haber encontrado tan buen pretendiente para su hija. Senta y el holandés siguen el uno frente al otro. Senta confirma la promesa del padre: será su mujer, fiel hasta la muerte. Cada uno expresa sus más profundos pensamientos en un monólogo, que a pesar de la simultaneidad no se convierte en diálogo ni en dúo, en el sentido corriente. Daland los interrumpe, anuncia que el feliz regreso será celebrado con una fiesta.
Acto III
En el puerto iluminado hay dos barcos. Cerca de la orilla, el velero de Daland, cuyos tripulantes se dirigen a tierra cantando con alegría. Más lejos está anclado el buque fantasma del holandés. No se ve en él ninguna luz, y cuando los marineros llaman a la tripulación para invitarla al baile, al principio no hay ninguna respuesta pero luego un horrible canto se eleva y hace que todos palidezcan en la orilla. Los marineros intentan ahogar con sus propios cantos la canción que llega desde el buque. Cuando se santiguan es como si oyeran una carcajada de burla. Mientras se alejan todo vuelve a la calma.
Senta sale de su casa seguida por Erik que le pide inútilmente que retire el juramento que ha hecho al holandés. Senta permanece firme. Eric le pide que recuerde la promesa que le hizo una vez y que él tomó por un sí. El holandés es testigo involuntario de estas palabras. Se cree traicionado, como tantas veces en la vida, y corre hacia su buque. Senta le asegura de nuevo que quiere serle fiel hasta la muerte: “¡Te conozco! ¡Conozco tu destino; te reconocí cuando te vi por primera vez! ¡El fin de tu sufrimiento está aquí! ¡Soy yo; por mi fidelidad encontrarás tu salvación!”.
El barco del holandés parte velozmente. Nadie puede detener a Senta, que ha subido a una roca y desde allí se arroja al mar. En el horizonte, se percibe una extraña visión: Senta y el holandés se elevan abrazados hacia el cielo cada vez más luminoso, mientras el buque fantasma se hunde para siempre en el mar.
Kareol: Notas, Discografía y Libreto (alemán/español)
Spoiler:
Wagner - El holandes errante (subt espa_ol) Der fliegende Hollander - Bayreuth 1985.avi [1.20 Gb]