DOSCIENTOS SESENTA Y CUATRO PAPAS Y UNA PAPISA
De los 265 Papas que ha tenido la Iglesia, un estudio reciente nos recuerda que 23 de ellos fueron homosexuales, 7 fetichistas, 10 incestuosos, 17 pederastas, 9 proxenetas, 20 sádico-masoquistas, 9 violadores y 1 zoofílico. Hubo incluso Papas que desenterraron a sus predecesores, sometieron sus cadáveres a juicio y luego apalearon sus restos y los redujeron a cenizas. Los estudiosos eclesiásticos lo aceptan a regañadientes porque las pruebas son irrefutables, añadiendo que Dios siempre ha sabido escribir con líneas torcidas. Ahora bien, cuando se trata el caso de que un sucesor de Pedro fue una mujer, se suele decir que todo no es más que una leyenda protestante. ¡Extraños protestantes serían esos, que ya escribían siglos antes de que existiera el Protestantismo!
Porque invito a todos los que lean estas líneas a que hagan un sencillo experimento. Vayan un día a la mejor librería de su ciudad y digan a los dependientes que buscan una Historia de los Papas lo más completa posible. Y comprobarán, con sorpresa, como todo lo más que tienen son breves libritos muy resumidos. Imposible encontrar una obra con varios volúmenes sobre el tema.
En mi caso, he podido contar con la inestimable herencia bibliófila que me dejó mi abuelo en tierras sudamericanas, que hubiera hecho las delicias del propio Borges. Uno de esos tesoros es la HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES de Maurice La Châtre, publicada entre 1842 y 1857 y editada en España en una anónima traducción por “un abogado de los tribunales del reino”. Obra monumental en cuatro volúmenes de más de 1200 páginas cada uno de ellos.
La verdad es que ha sido algo característico de la Iglesia de todos los tiempos, el destruir todos los documentos que no le interesaban (incluidos Evangelios) o mantenerlos ocultos y lejos del alcance de los investigadores en esa Biblioteca Vaticana, que parece parodiar Umberto Eco en su conocidísima novela EL NOMBRE DE LA ROSA.
Pero como dice el propio Evangelio de Lucas: “No hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado”. (Lucas 8, 16-18). Y así sucedió con la historia de Juana, la hija de un sacerdote inglés, que para saciar su deseo de conocer la teología, ya de muy joven se disfrazó de hombre y fue conocido con Johannes Anglicus o Juan el inglés, consiguiendo ser admitido en la abadía de Fulda, estudiando bajo la dirección del sabio Rabán Maur. Desde allí Juana- ahora Juan- viajó a Atenas, permaneciendo dieciséis años en Grecia donde se hizo famoso por su conocimientos de las ciencias. Su fama llegó a Roma y enseñó en el Trivium, siendo cada día más apreciado por sus conocimientos, que le llevaron a ser nombrado Cardenal de la Iglesia, de manera que cuando el Papa León IV murió en el año 853, a nadie extrañó que fuera elegido Papa por unanimidad.
El Papa Juan VIII gobernó por dos años, hasta el año 855 C.E.. Sin embargo un día mientras viajaba desde San Pedro al Laterano, tuvo que parar al costado de la ruta y ante la sorpresa de todos los presentes dio a luz a un bebé. Resulta que el Papa Juan VIII era realmente una mujer, en otras palabras el Papa Juan era la Papisa Juana. Una vez descubierto el engaño, la gente de Roma le ató los pies y la amarró a un caballo que la arrastró mientras la muchedumbre la apedreó hasta la muerte. Aunque hay escritos que cuentan que fue enviada a un lejano convento para arrepentirse de sus pecados y que su hijo llegó a ser el Obispo de Ostia, pero es difícil encontrar documentación fehaciente de ello.
Sí que la hay en cambio y muy concreta de la existencia de la Papisa Juana. Y la primera que cita la vasta obra de Maurice La Châtre es nada más y nada menos que la del Beato Mariano Scoto, nombre que adoptó el escribiente irlandés Muiredach MacRobartaigh, al entrar en religión. Las siguientes referencias escritas, que han sobrevivido a la destrucción o no están ocultas en la Biblioteca Vaticana, datan del siglo XIII, o sea 350 años después de su papado. En esa época, su imagen comenzó a aparecer en el Tarot como la carta de la Papisa, luego llamada de la Sacerdotisa, porque el temor a la Inquisición no permitía sutilezas linguísticas. Pero pese a todo ello, durante algunos siglos, la Iglesia Católica aceptó la realidad de la Papisa Juana. Un documento del siglo XV se refieren a una estatua llamada "La Mujer Papa con Su Hijo" que fue puesta cerca del Laterano. También existen mas de 500 manuscritos antiguos que contienen los detalles del reinado Papal de Juana, entre ellos encontramos documentos de autores famosos como Platina, Petrarca y Boccaccio
Durante la Reforma, ya en el siglo XVI, la Iglesia Católica comenzó a negar la existencia de la Papisa Juana, pero al mismo tiempo los escritores protestantes insistían en su realidad, debido a que la existencia de un Papa mujer era una buena propaganda anti-católica. Por eso desaparecieron infinidad de documentos, con los que los estudiosos modernos hubieran podido verificar la historicidad de la Papisa Juana. Y lo seguirán teniendo difícil, porque los documentos más comprometedores han sido quemados. Pero hete aquí que no se destruyó todo: quedó la famosa
sedia estercoraria o silla horadada.
Uno de esos testimonios ha sobrevivido a la censura, porque se halla en un tipo de obras, que escaparon al furor censor de los defensores del dogma y que dice lo siguiente: "El Vaticano, por ejemplo, contaba ya de antiguo con la llamada sedia estercoraria (retrete-móvil que diríamos hoy) que acompañaba al Papa allá donde se desplazara. Y fue a raíz del descubrimiento de la impostora papisa Juana en el año 857, cuando la curia cardenalicia dio un uso inimaginable al que era propio y específico de esta "silla estercolera" (que sería su traducción). No sé si sabrán ustedes que el papa Juan VIII fue en realidad una mujer la cual, disfrazada de cardenal, llegó al trono de San Pedro ocultando su condición femenina bajo los ropajes de Sumo Pontífice; y la trampa funcionó bastante bien hasta que le tocó parir a renglón seguido del encontronazo que tuvo en una noche loca de amor con el embajador Lamberto de Sajonia. El escándalo fue tan notable que el Sacro Colegio Cardenalicio decidió usar desde aquel día el retrete portátil como método para reconocer los genitales papales, haciendo un palpo discreto de las partes pudendas del Santo Padre electo a través del agujero de la sedia estercoraria, y evitar otro engaño tan sonado como el de la papisa Juana. Esto es lo que dice la leyenda, no sé hasta qué punto será verdad". (Pedro Sanz. APOLOGIA DEL RETRETE CASTELLANO)
Y entonces uno se pregunta, porque afirmar en cosas vaticanas es harto arriesgado, ¿qué acontecimiento pasó durante el papado del llamado "Juan VIII", que obligó a sentar en la sillita agujereada a todos sus sucesores electos en los siguientes seis siglos, para comprobar si el candidato estaba sexualmente bien dotado y exclamar la conocida sentencia latina de "
testiculos habet et bene pendentes" (tiene testículos y bien colgantes)? ¡Curiosidades vaticanas!
Hace unos años, una mujer llamada Diane Sawyer se trajo al Vaticano a todo su equipo televisivo de la ABC para rodar un documental titulado EL MISTERIO DE LA PAPISA JUANA. Preguntó a historiadores, clérigos y altos funcionarios eclesiásticos sobre todos los puntos controvertidos de esta historia, desde el desaparecido baldaquín labrado por Gian Lorenzo Bernini en el siglo XVII, donde el artista esculpió la historia de la Papisa Juana, hasta la calle romana por la que evitan pasar las procesiones y en la que algunos historiadores afirman que tuvo lugar el desenlace trágico de su vida. A todo le contestaron las autoridades eclesiásticas, pero cuando la periodista quiso ver la famosa silla de la Coronación, le dieron el alto. La sedia estercolaria se hallaba en la misteriosa Biblioteca Vaticana, suponemos que guardada por un celoso y lúgubre fraile, como ese Padre Jorge descrito por Umberto Eco. Al final los dignatarios vaticanos, que impidieron el acceso a Diane Sawyer, en vista de su insistencia le trajeron una foto para dejarla contenta a ella y a sus curiosos telespectadores, que es la que foto que aparece aquí.
Y yo me vuelvo a hacer la pregunta del principio: Con tantos fetichistas, incestuosos, pederastas, proxenetas, sádico-masoquistas, violadores y zoofílicos como hubo entre los Papas, ¿por qué aún hoy en día se sigue considerando algo tan terrible que una mujer pudiera haber llegado al Papado?