Otro ingrediente más del gran menú de buen cine negro americano que se hacía en los años dorados
He podido disfrutar de una excelente película, he vuelto a saborear otro de esos films de cine negro americano que tanto me gustan en un titulo que desconocía hasta hoy en día.
Lo primero a destacar es la inteligencia de sus diálogos, durante toda la película sobresalen los tópicos del cine negro americano de la época, pero aquí lo hacen con brillantez y plasmándolo en pantalla con unas grandes interpretaciones encabezadas por el grandísimo Edward G. Robinson, demostrando una vez más que lo único que era pequeño de este hombre era su altura, ya que en cada una de sus interpretaciones nos da lecciones de actuación frente a la cámara. Los que amamos los clásicos de cine negro americano y los que seguimos a este actor quedaremos, una vez más, maravillados ante su interpretación.
Pero ahí no queda todo, como en buena película de cine negro, los secundarios son de autentico lujo, son una autentica orquesta coral para que todo quede perfecto, y además podemos disfrutar de un tour de forcé entre Humphrey Bogart y Edward G. Robinson absolutamente memorable.
También a destacar que por encima del encumbre cimiento del cine de gangster y la violencia gratuita que podemos ver estos días en cualquier película del genero, en esta película se mantienen intactos palabras pasadas de moda hoy en día como la honestidad y la integridad.
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Interesante film noir protagonizado por el siempre solvente Edward G. Robinson, experto como pocos en imbuirse en la piel de un tipo duro, ya sea defensor de la ley o, por el contrario, maleante sin escrúpulos. En esta ocasión en concreto lo hace en las dos vertientes: como policía y como mafioso, lo cual resulta ya de por sí lo suficientemente atractivo como para echarle una ojeada a este modesto filme.
La historia sigue los pasos de Johnny Blake (interpretado por el señor Robinson), un detective de policía que sin saber muy bien por qué es expulsado del cuerpo por su inmediato superior. Blake, sin trabajo y guardando un gran rencor hacia la ley, pronto comienza a acercarse a la sombra de los maleantes y sinvergüenzas a los que antes perseguía. Valiéndose de sus conocimientos sobre el mundo del crimen poco a poco comienza a progresar en el escalafón criminal granjeándose tantos amigos como enemigos. El objetivo final que Blake persigue no tardará en salir a relucir...
El guión de "Balas o votos" (por cierto, el título correcto pienso que debería ser "Balas o boletos", pues se hace referencia a los boletos de apuestas y no a votos electorales ni nada similar) es lo suficientemente sólido como para que el resto de elementos que orbitan en torno a él lo hagan con solvencia y elegancia. La historia resulta bastante interesante, pero chirría en determinados aspectos.
Es bastante obvio que Blake es despedido sin motivo alguno y por ello, el hecho de que en realidad esté infiltrado carece de sorpresa alguna. Sin duda, la historia habría dado mucho más juego si Blake fuera realmente expulsado por haber cometido algún crimen o delito, y no así por las buenas como sucede. Tampoco termina de quedar claro en ningún momento la relación de la chica con Blake, y del mismo modo el tema de la lotería es algo bastante cogido por pinzas como para basar gran parte de la trama en ello.
Pese a estas y otras ligeras asperezas, el guión posee un buen ritmo narrativo y los acontecimientos se suceden con una gran cadencia. La trama avanza sin sobresaltos apoyada en las interesantes interpretaciones de Robinson, y secundadas por un Humphrey Bogart de nuevo en la piel del malo de turno, y de los siempre cumplidores Barton MacLane y Joan Blondell (aunque el papel de esta última, ciertamente, no es todo lo redondo que debiera; es más, no pinta demasiado en el asunto y su eliminación del libreto de Seton I. Miller probablemente poco hubiera influido en el devenir de la trama).
El director William Keighley, sin grandes despliegues, cumple sobradamente con su labor. No es su mejor película, pero no deja de estar resuelta con gran eficacia.
En resumen, nos encontramos ante una interesante cinta de cine negro en la que por encima de todo y de todos destaca la figura de Edward G. Robinson como tipo duro de los que ya no quedan en el cine de hoy en día (tiene un par de escenas memorables mientras intenta que le respeten los maleantes de turno). Los actores secundarios animan un poco el cotarro y, por lo demás, la historia, pese a no ser un derroche de originalidad y pecar de simplista, entretiene sin demasiada dificultad al personal, lo cual ya es bastante.
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Robinson vs. Bogart
Destacada película de cine negro de la década de los 30, aunque lejos de los títulos consagrados del género como obras maestras tipo "Hampa dorada", "El enemigo público", "Soy un fugitivo" o "Scarface".
Como era habitual en el cine Warner de esta época, Edward G. Robinson, con su personalidad arrebatadora, es la estrella y Humphrey Bogart y Joan Blondell los secundarios. Robinson, en un papel menos convincente de lo habitual, se sitúa a uno y otro lado de la frontera que marca la ley, siempre con sus métodos expeditivos, aunque lo hemos visto más feroz otras veces. Mantiene una relación más de admiración que de cariño con la siempre luminosa Joan Blondell (acaso un romance parece imposible), una actriz con unos ojos como dos soles.
Es por ello que el film, en mi opinión, hubiera resultado mucho más consistente y rico si Robinson y Bogart hubieran intercambiado los papeles, pero la estrella indiscutible por entonces era Robinson, al que solían darle los mejores papeles, con más caché y relevancia que nadie.
El tema del film es la lucha contra el crimen. La corrupción, la extorsión, los asesinatos y demás fechorías mafiosas están escandalosamente extendidos por todo Estados Unidos. Para ello las autoridades, desbordadas ante esta oleada de maldad, ultiman un ambicioso plan, nombrando "ipso facto" a un alto cargo policial, Mclaren, el máximo responsable de la lucha contra el crimen, con plenos poderes y máxima confidencialidad.
El film resulta entretenido y tiene ritmo, pero no llega a la profundidad de otros coetáneos suyos y, bajo mi punto de vista, descubre sus cartas demasiado pronto, lo que claramente le resta emoción y un plus de intensidad que habría resultado conveniente para un mayor suspense.
Como era habitual en los 30, la Warner sigue con su valiente política de producir films de denuncia social de la corrupción de todos los estamentos (autoridades, jueces, banqueros, etc), con un marcado estilo realista – a veces se basaban en noticias de prensa- , lo cual le daría unos magníficos resultados tanto artísticos como económicos.
Como amante del cine negro, y especialmente de la década de los 30 y 40, he de decir que "Balas o votos" no está entre mis favoritas (cualquiera de las mencionadas en el primer párrafo las supera), pero siempre es un placer ver a Edward G. Robinson y Humphrey Bogart en oscuras tramas, y más si hay cierto pique entre ellos, como es el caso. Además está Joan Blondell, así que sólo queda disfrutar del espectáculo.