Cinefórum-Clásico

WEE WILLIE WINKIE
(La mascota del regimiento)
(1937)



IMDb


Producción
Twentieth Century Fox

Director
John Ford

Guion
Julien Josephson
Ernest Pascal

Argumento
La historia de
Rudyard Kipling

Fotografía
Arthur C. Miller
Edward Cronjager

Música
Alfred Newman
Louis Silvers
Cyril J. Mockridge
Edward B. Powell

Intérpretes
Shirley Temple
Victor McLaglen
C. Aubrey Smith
June Lang
Michael Whalen
Cesar Romero
Constance Collier
Douglas Scott
Gavin Muir


Joyce Williams y su hija Priscilla viajan hasta la India para instalarse en una base militar británica junto al abuelo de la pequeña. Una vez allí, la niña se ganará el cariño de todos y jugará un papel muy importante en una rebelión local. (FILMAFFINITY)

Ripeo descargado de Patio de Butacas, publicado por pgmele.

La mascota del regimiento es una de las obras más premonitorias de las rodadas por Ford antes de la contienda bélica, no sólo porque, como prácticamente todas sus películas posteriores a la guerra, estudie el ethos militarista, sino también porque muestra la paradoja de que uno debe crecer, seguir adelante y pertenecer a un grupo determinado, y que tal cosa es buena, aunque el proceso implique la usurpación de la propia conciencia y la inculpación en el mal colectivo. Se corre hacia el futuro con los brazos abiertos.

Tag Gallagher
(John Ford. El hombre y su cine. Ed. Akal/Cine)

Datos técnicos:










 Wee Willie Winkie (John Ford, 1937).mkv [1.19 Gb] 
(subtítulos en español dentro del contenedor mkv)

Comentario crítico de Alejandro Melero en el libro "El Universo de John Ford"


LA MASCOTA DEL REGIMIENTO

La mezcla de John Ford y Shirley Temple, la más importante actriz infantil de todos los tiempos, puede parecer a primera vista una extravagancia; para los más puristas, incluso, el desaprovechamiento de uno de los más grandes directores puesto al servicio de una estrella (aunque esto sería ignorar que Temple trabajó habitualmente con excelentes directores). Lo cierto es que La mascota del regimiento es una grandísima película, ejemplo único de la impecable maquinaria creativa del sistema de estudios, y de la visión de Darryl Zanuck para organizar el inconmensurable talento que su estudio aglutinaba.
Hay versiones contrapuestas sobre la posición de Ford frente a este proyecto, y él mismo se contradijo en sus recuerdos. Leonard Mosley, biógrafo de Zanuck, asegura que el magnate ofreció la película a Ford como castigo, sabedor de que el director odiaba trabajar con niños. Zanuck disfrutó brevemente de su triunfo, pues pronto se dio cuenta de que Ford y la niña habían aprendido a entenderse y quererse, tanto que llegó un punto en el que Zanuck se sintió celoso de que Temple (la niña mimada de su estudio y la que más aportaba a las arcas) llegara a sintonizar tanto con Ford. Sus celos alcanzaron la cumbre cuando Ford hizo que Temple fuera al despacho de Zanuck y le llamara ”Uncle Pipsqueak“ ("Tío Renacuajo“).
Nunca sabremos con certeza si Ford vivió la película como un castigo o si disfrutó de las muchas ventajas que se le ofrecían. Tal vez pasó por las dos opciones en distintos momentos. En 1936, había mostrado su malestar con el sistema de estudios con estas palabras: ”Es una batalla constante si quieres hacer algo nuevo. Solo quieren que repitas tu última película, que continúes por el camino que has llevado hasta ese momento. Eres un director de comedia, o de espectáculos, o de melodrama“. Se encontraba entonces en uno de los puntos más álgidos de su carrera, después de haber recibido su primer Oscar por El delator (1935), película de prestigio inmediato. Pero nunca hasta La mascota del regimiento había contado con un presupuesto tan generoso, un millón de dólares. Trabajar con Victor McLaglen era siempre un placer para él, y, después de todo, tanto el ambiente como los motivos de la historia (la restauración de la paz en el núcleo familiar y, paralelamente, en un territorio violentado) eran cercanas a los mundos cinematográficos en los que mejor se desenvolvía. La temática militar le gustaba, y añadió mucha más acción de la que estaba prevista en el guión.

No es de extrañar que para Shirley Temple fuese la favorita de entre todas sus películas. En sus memorias, dedica muchas páginas a sus recuerdos sobre el rodaje, que son realmente impresionantes teniendo en cuenta que entonces era una niña de ocho años. Detalla cómo, tras la emotiva escena en la que canta “Auld Lang Syne“ a su amigo recién fallecido interpretado por Victor McLaglen, cuando las cámaras dejaron de rodar, el actor le puso un brazo sobre el hombro y le dijo: “Si no estuviese muerto, estaría llorando también“. Entonces, Ford se acercó a ella, emocionado, e hizo lo mismo, felicitándola por haber conseguido transmitir tanta emoción de manera contenida. Lo más curioso de todo es que esa escena, tal vez la mejor de todas, no estaba prevista y surgió, como tantas otras veces en la carrera de Ford, como consecuencia de un imprevisto. Debido a unas lluvias inesperadas se tuvo que suspender el rodaje. Mientras la compañía estaba descansando y esperaba a que el cielo clareara, Ford sintió la inspiración y dijo a su director de fotografía y equipo técnico que esa lluvia era ideal para la escena del entierro. Nadie sabía de lo que hablaba, pues no había ningún entierro en el guión. Rápidamente consiguieron una tumba y una bandera con los colores de la Unión Jack británica. El cortejo con los caballos, esas nubes amenazantes y un viento real hicieron el resto. Miller, el director de fotografía, quedó especialmente orgulloso y la consideraba la mejor de toda la película. Mucho se ha hablado de “la suerte de Ford“. Maureen O'Hara insistió en muchas entrevistas en que era una suerte completamente provocada. Esta escena es otro ejemplo de que O’Hara tenía razón. El buen resultado del material que iban rodando ayudó a que la niña y el director se hicieran muy amigos. Tanto que Temple repetiría con Ford en Fort Apache (1948), en un momento en el que la actriz, ya adulta, se estaba quedando sin oportunidades, y el director fue el padrino de su primogénita. Otro recuerdo divertido de Temple tiene que ver con McLaglen. Al parecer, Bing Crosby preguntó al actor cómo era posible que alguien como él, con un Oscar, hubiera accedido a un papel secundando a la niña, a lo que McLaglen respondió: “¿Y por qué no? Después de todo, yo solo llevo dieciséis años haciendo películas, ¡y ella lleva toda la vida!“.
Realmente, el personaje de Temple es fordiano en muchos sentidos. Como los vaqueros de sus películas del Oeste, esta niña es un ser que, en un territorio hostil, cuenta con su incorruptibilidad como su arma más poderosa. Durante todo el metraje la vemos enfrentarse a una serie de códigos resultado de tradiciones bárbaras, que ella desprecia inocentemente, produciendo así un cambio en los demás. La Priscila de Shirley Temple es al ejército británico lo que John Wayne sería unos años después a la caballería.
Es posible ver La mascota del regimiento como un mero entretenimiento inofensivo, pero también se pueden encontrar en ella algunos elementos que la transportan a un nivel de complejidad superior. Ni Ford ni sus guionistas renunciaron al fuerte componente ideológico presente en la historia original de Rudyard Kipling en que se basa. La exaltación del colonialismo británico reverbera por todas partes y presenta fricciones para un director tan irlandés como Ford. Después de todo, está presentando un discurso triunfador sobre un ejército que en aquellos momentos era tan despreciado por los compatriotas de Ford. Como ocurre a menudo con el cine colonialista de los años treinta, la exaltación de las aventuras que viven esos personajes, y que los convierten en héroes, se hace desde una aparente desideologización, que no es sino una invitación directa a cuestionar precisamente esa ideología que, a fuerza de querer esconderse, está más presente que nunca. Precisamente sobre esta controversia política Shirley Temple destaca en su autobiografía un texto que Eleanor Roosevelt publicó en su columna diaria en prensa, en la que se preguntaba “¿Cuántos espectadores de La mascota del regimiento entenderán su principal lección? ¿Hace falta la lógica y la fe de una niña pequeña para que un peligroso jefe de una tribu llegue a un entendimiento con su enemigo ancestral?“.