Es una secuencia preciosa. Quizás Robert Aldrich no apreciara demasiado la película. Pero yo la he apreciado siempre, y lo sigo haciendo. Y aquí te meto un pequeño ladrillo que puse en mi página con motico de su fallecimiento
HASTA SIEMPRE, ESPARTACO
Se fue, físicamente, como es el destino de todos los hombres y mujeres que venimos al mundo. Pero su figura gigantesca dentro del mundo del cine, del cine clásico, del cine de las décadas de oro, perdurará para siempre entre nosotros. El último varón de una época maravillosa en la que mi generación creció, se formó, disfrutó, se ilusionó hasta el límite con el séptimo arte. Actores como él, muchos de ellos llegados de la inmigración, de la pobreza, de las dificultades, como él mismo reflejó en su biografía “El hijo del trapero”, llevaron su trabajo hasta cotas muy elevadas. Actores de una pieza, de la cabeza a los pies, con un magnetismo extraordinario, actores como James Stewart, Anthony Quinn, Henry Fonda, Burt Lancaster, Robert Mitchum -la lista se haría larga- que traspasaban la pantalla con su personalidad y que eran, además, extraordinariamente versátiles. No quiero extenderme mucho -otros lo harán más y mejor-, pero sí quiero dar testimonio de mi profunda admiración y gratitud hacia Kirk Douglas y recordar las películas inolvidables para mi, pero, sobre todo, por su excepcional talento como actor. Trabajó con el ramillete más exclusivo de los directores de Hollywood en cerca de un centenar de intervenciones en cine y televisión, desde “El extraño amor de Martha Ivers”(The Strange Love of Martha Ivers, 1946), de Lewis Milestone, menudo estreno junto a Barbara Stanwyck, a la que siguió «Retorno al pasado» (Out of the Past, 1947), de Jacques Tourneur. Pocos años después tiene su primer encuentro con Vincente Minnelli en «Cautivos del mal» (The Bad and the Beautiful, 1952), una de las muchas obras maestras que se han rodado sobre el mundo del cine y al que volvería con el mismo director y temática similar en “Dos semanas en otra ciudad” (Two Weeks in Another Town, 1962) y, en medio, quedaría “El loco del pelo rojo” (Lust for Life, 1956). “Duelo de titanes” (Gunfight at the O.K. Corral, 1957), de John Sturges, quizás la mejor versión de Doc Holliday. La impresionante “Senderos de gloria” (Paths of Glory, 1957), una de los más brillantes alegatos contra la guerra y también su primer encuentro con el gran Stanley Kubrick, con el que volvería en “Espartaco” (Spartacus, 1960), uno de los más hermosos cantos a la libertad de la historia del cine, junto a una maravillosa Jean Simmons y un cuadro impresionante de actores. “El último tren de Gun Hill” (Last Train from Gun Hill, 1959), otra vez con John Sturges, una de sus más meritorias incursiones en el western -como “El último atardecer” (The Last Sunset, 1961), de Robert Aldrich y, sobre todo, “Los valientes andan solos” (Lonely Are the Brave, 1962) , de David Miller, maravillosa expresión del western crepuscular-. La intimista “Un extraño en mi vida”(Strangers When We Meet, 1960) al lado de Kim Novak, del inspirado Richard Quine y, por fin (aunque todavía le quedaron unos cuántos años y unas cuántas películas, “Siete días de mayo” (Seven Days in May, 1964), de John Frankenheimer, “Primera victoria” (In Harm´s Way, 1965) del gran Otto Preminger, “El compromiso” (The Arrangement, 1969), de Elia Kazan y “El día de los tramposos” (There Was a Crooked Man…, 1970), del gigante Joseph L. Mankiewicz. Quizás esa fue -para mí- su última gran película, pero afortunadamente seguimos disfrutando de sus interpretaciones otros treinta años más. Películas de intriga, westerns, dramas, comedias (en este género destacó menos), aventuras y los más diversos y opuestos personajes que podamos ver en el cine. Hasta siempre Espartaco, Van Gogh, “Jack” Burns, O´Malley, Eddie Anderson, «Peg” pata de palo. Seguiremos disfrutando y emocionándonos con todas tus películas hasta que abandonemos este mundo. Descansa en paz, Issur Danielovitch Demsky.