Ingmar Bergman, como S.M.Eisenstein, es un materialista de la forma fílmica y es, precisamente, el análisis de dicha forma lo que da unidad al libro que el lector tiene en las manos. Todo film -y Bergman lo sabía muy bien- es una propuesta de sentido intrínseca al mismo, dotada de una intención moral y que demanda una participación activa del espectador para ser leída. Dicha intención moral no debe confundirse, en modo alguno, a la manera en que la entendieron entre nosotros ciertos exégetas del nacional-catolicismo franquista en los años ‘60 del pasado siglo, como simple ilustración de una inexistente problemática religiosa.
Antes bien, se trataría de discernir de qué forma, en cada uno de sus filmes, Bergman asume la responsabilidad de la mirada con la que interroga a sus personajes y traslada su pregunta al espectador. ¿La mentira del comediante dice la verdad de la historia a través de sus mascaradas? Bajo el título de 'Máscara, representación y verdad', los cinco capítulos que componen la primera sección de este libro pasan revista al discurso bergmaniano sobre la representación, desde la dialéctica teatro/cine hasta la visión crítica sobre el artista burgués, pasando por el conflicto, de honda raíz sartreana, entre ser y existir.
Si la primera parte del libro ofrece un mosaico de temas y motivos básicos en la obra del realizador, la segunda ('Travesías') hace especial hincapié en el itinerario que nos lleva desde las huellas seminales de la infancia como origen a la madura serenidad de su testamento fílmico, deteniéndose en algunos jalones significativos tales como el universo femenino, la verdad de los sueños y lo indecible de la muerte y la locura cuando las máscaras se reflejan en el espejo. El libro se despide, en su tercera parte, con tres apuntes sobre la recepción de los films de Bergman en España y Latinoamérica.
En el final de Persona (1966), el niño del pregenérico sigue acariciando una imagen borrosa y fluctuante que no termina de definirse del todo ante él. Es, desde mi punto de vista, un modelo reducido del esencial gesto cinematográfico de Bergman que se enfrenta tanto al descerebrado apedreamiento del ojo practicado por el espectáculo audiovisual como al irresponsable relativismo de la razón postmoderna. Sirvan, pues, estas aproximaciones a su cine como homenaje al autor en el centenario de su nacimiento.
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