por Brill » Mié Nov 19, 2008 1:56 am
Una película interesante, voy a rememorar un poco de historia antigua...
Harry Palmer es un personaje creado por el escritor británico Len Deighton, especializado en novelas de espionaje. El productor Harry Saltzman, el mismo de la serie Bond, adquirió los derechos de varias novelas de Deighton, pensando en crear una serie paralela a la de James Bond, pero de aire mucho más realista y sucio.
Así, Harry Palmer es prácticamente la antítesis de Bond: es torpe, poco atlético y cuando tiene éxito con las mujeres suele ser más gracias a ellas que porque él mismo sea capaz de seducirlas. También vive en medio de estrecheces económicas, que sus jefes a veces aprovechan para endilgarle casos que en principio se negaría a aceptar, y su visión del mundillo del espionaje se troca a medida que avanza la serie de desconfianza a manifiesto pesimismo.
Saltzman llegó a producir tres películas basadas en las novelas de Deighton, que son las siguientes:
Ipcress (1965), de Sidney J. Furie. La primera y la mejor considerada por la crítica de las películas de la saga pone a Harry Palmer a investigar las desapariciones de varios eminentes científicos, un caso que se vuelve todavía más extraño cuando algunos de ellos reaparecen con la memoria borrada, lo que les vuelve inútiles para el bando occidental. Es obvio que una potencia extranjera se encuentra detrás de todo ello, ¿pero cual?
Personalmente, creo que esta película ha aguantado pésimamente el paso del tiempo. La trama tiene cierto interés, pero el guión, que parece escrito con toda la intención de desconcertar al espectador, y la efectista dirección de Furie le hacen perder casi todo su atractivo. Aún así la interpretación de Michael Caine es muy buena, y nunca en toda la serie ha quedado más clara la intención de Saltzman de convertir a Harry Palmer en un anti-Bond en toda regla.
Funeral en Berlín (1966), de Guy Hamilton. En esta ocasión Palmer viaja a Berlín para preparar la defección de un mando soviético que ocupa un importante cargo en Berlín oriental. Sin comerlo ni beberlo, se verá involucrado en una intriga a varias bandas.
Afortunadamente, esta entrega ya es otra historia. Guy Hamilton, eficaz artesano importado del a serie Bond, entrega una intriga más lineal pero al mismo tiempo mucho mejor aprovechada y repleta de sabrosas ironías. Es mi entrega favorita de la serie.
El cerebro de un millón de dólares (1967), de Ken Russell. Palmer es obligado a volver al servicio activo. Debe viajar a Escandinavia y infiltrarse en la organización de un millonario ultra-nacionalista norteamericano que trama algo raro con la ayuda de un super-computador.
De todas las entregas de la serie, esta es la más bondiana. Es culpa en parte de un guión bastante fantasioso, de una producción más cara y también de la puesta en escena de Ken Russell, que parece anticipar los futuros excesos de la etapa Moore de la serie Bond con un tratamiento entre chocante y alucinado. Aún así, no es nada despreciable, pues la sutileza de las entregas anteriores se deja de lado en favor de un humor negrísimo, casi esperpéntico, de lo más adecuado dado lo increíble del argumento.
El fracaso de esta última entrega hizo desistir a Saltzman de rodar más películas, pero el destajista productor británico Harry Alan Towers convenció a Caine de rodar dos entregas más en los años 90, ambientadas en la Rusia post-soviética y co-producidas con capital ruso. Se acabaron estrenando directamente en vídeo y DVD, algo que al parecer, junto a las estrecheces de la producción, hizo enfadar bastante a Caine, que abandonaría definitivamente el personaje hasta su re-aparición, no oficial y en clave paródica, en la última entrega de la serie Austin Powers, como padre del protagonista.
El expreso de Pekín (1995), de George Mihalka. En esta tardía entrega Harry Palmer es despedido del Servicio Secreto Británico, y como primer trabajo en el sector privado acepta la oferta de un hombre de negocios moscovita, Alex, que le encarga seguirle la pista a un peligroso agente químico.
Pese a las apreciables estrecheces presupuestarias, es una secuela de lo más agradable. George Mihalka filma con buen pulso las peripecias de Palmer, y Caine da una adecuado toque crepuscular al siempre cínico Harry Palmer. Eso, y los constantes giros del guión bastan para hacer la película bastante entretenida, y casi le hace que le perdonemos que el guión tenga más bien poca lógica.
Medianoche en San Petersburgo (1996), de Douglas Jackson. Afincado definitivamente en la Rusia post-soviética, Palmer acepta un nuevo trabajo, recuperar una pieza robada de plutonio antes de que acaba en malas manos. En medio, un secuestro, la desaparición de varias piezas de arte del Museo Hermitage y la palpable influencia de la mafia rusa en el submundo de San Petersburgo.
De esta entrega se dice que se montó a partir de descartes y subtramas no utilizadas de El expreso de Pekín, y la verdad es que viéndola es para creerse eso y cosas mucho peores. El guión es un collage sin sentido ni rumbo, las diferentes subtramas no llegan a interesar ni a cobrar entidad alguna, y la dirección es de una desgana contagiosa. Triste final para una saga y un personaje que podría haberse convertido en toda una alternativa a James Bond, como se pretendía desde un principio, y que al final se quedó en poco más que una promesa.
Y con esto termina mi recapitulación sobre este tema, creo que se lo merece.