Feve escribió:Gracias hari,
ya tenía apuntado ese libro, pero ahora se hace más apetecible; a menudo discuto con una colega (de profesión) y buena amiga justamente sobre estos problemas domésticos que mencionas tú, que menciona Wolf y que hacen dedicarle tamto tiempo a la operación de avituallamiento a expensas de lo demás.
(edité la foto que no se veía)
“Aquí el tiempo también desrepinta mucho. Las pocas cosas que estuvieron recubiertas de una capa de pintura no tardan en mostrar su verdadera naturaleza: madera, chapa, uñas de mujer (¿)...
Las termitas, los xilófagos, el viento de arena roen el interior. Sin embargo, se produce hacia el exterior un movimiento contrario: polvo, excrementos de murciélago, sangre seca.
Una bella mugre, dicen los anticuarios. Pátina de sacrificio, dicen los etnólogos [...] Incluso antes de que se haya secado la pintura, el viento la ha recubierto de una capa de polvo.
Pensaba en aquel pintor holandés del XVII, cuyo primer consejo a sus aprendices era que esperaran en el taller diez minutos, inmóviles, después de haber cerrado la puerta, para que toda partícula de polvo que pudiera encontrarse en el aire se depositara naturalmente en el suelo. Sólo entonces podían descubrir el cuadro, quitándole su capa de muselina...
Me he acostumbrado al polvo. Incluso le veo propiedades atmosféricas como en Velázquez, donde se diría que flota una ceniza fina en el aire. O como en las veladuras de Tiziano que, capa tras capa, hacen que una Venus de yeso se convierta en carne –que enrojece rápido... y que envejece rápido. Como en los autorretratos de Rembrandt, donde se siente la mugre acumulada en las arrugas y los poros y los surcos de la piel. Una cuestión de tiempo. Aunque no se conviertan en unos Velásquez, mis cuadros ya tienen al menos ese aspecto venerable de los objetos que han vivido mucho. Que vienen de lejos. [...] Este debe ser uno de los peores lugares del mundo para pintar.
Me empeño, a pesar de todo, en pintar aquí desde hace más de diez años, como me empeño ahora en escribir con las sacudidas del coche en marcha.
No es por el uso de los agujeros que las termitas hacen en mis telas y en mis papeles por lo que pinto aquí, ni por la pátina de polvo que cubre todas mis telas, mis libros, mi ropa, etc. No es tampoco por mis modelas, gente, asnos, papayas; de todo esto hay también en otras partes. ¿Hay algo aquí que no haya en otro sitio? No estoy seguro.
Tampoco es por las dificultades. En París o en Nueva York, las dificultades de la pintura son las mismas, y enormes.
Es más bien para hacer cuadros –un cuadro que tenga sentido, que dé sentido a todo esto”
Ella no era de aquí…
No la vi más que dos veces. Es poco. Pero lo extraordinario no se mide en términos de tiempo. Fui conquistado de entrada por su aire de ausencia y de extrañamiento, sus susurros (no hablaba), sus gestos inseguros, sus miradas que no se adherían a los seres ni a las cosas, su aspecto de espectro encantador. «¿Quién es usted? ¿De dónde viene?», eran las preguntas que deseaba uno hacerle a bocajarro. Mas ella no hubiera podido responder: hasta ese punto se confundía con su misterio o le repugnaba traicionarlo. Nadie sabrá nunca cómo lograba respirar, a causa de qué extravío cedía al prestigio del aliento, ni qué es lo que buscaba entre nosotros. Lo único cierto es que ella no era de aquí y que compartía nuestra degradación únicamente por urbanidad o curiosidad mórbida. Sólo los ángeles o los incurables pueden inspirar un sentimiento análogo al que se experimentaba en su presencia. Fascinación, malestar sobrenatural…
En el mismo instante en que la vi por primera vez, me enamoré de su timidez, una timidez única, inolvidable, que le daba la apariencia de una vestal agotada al servicio de un dios clandestino, o de una mística devastada por la nostalgia o el abuso del éxtasis, definitivamente incapaz de volver a las evidencias.
Abrumada de bienes, colmada socialmente, parecía sin embargo destituida de todo, en el umbral de una mendicidad ideal, consagrada a murmurar su indigencia en el seno de lo imperceptible. De hecho, ¿qué podía poseer y proferir cuando el silencio le servía de alma y la perplejidad de universo? ¿No evocaba acaso esas criaturas de luz lunar de las que habla Rozanov? Cuanto más se pensaba en ella, menos propenso se era a considerarla según los gustos y los puntos de vista de la época. Un género inactual de maldición pesaba sobre ella. Por fortuna, hasta su encanto formaba parte del pasado. Debió haber nacido en otro lugar y en otro siglo, en medio de las landas de Haworth, en la niebla y la desolación, al lado de las hermanas Brönte…
Quien supiera descifrar los rostros podría haber leído fácilmente en el suyo que no estaba condenada a durar, que la pesadilla de los años le sería ahorrada. Parecía, viva, tan poco cómplice de la vida, que uno no podía mirarla sin pensar que nunca más la volvería a ver. El adiós era la ley de su naturaleza, el signo de su predestinación y de su paso por la Tierra; de ahí que lo utilizase como un nimbo, en absoluto por indiscreción, sino por solidaridad con lo invisible.
Ejercicios de admiración.
kimkiduk escribió: ...texto sobre esa mujer invisible,
Julian Sorel escribió:kimkiduk escribió: ...texto sobre esa mujer invisible,
La mujer existió de verdad, incluso se sabe quién fue. Lamento no tener todos mis libros a mano para dar el dato concreto.
Un saludo.
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