por LuisB » Jue Sep 29, 2011 1:30 am
EL GRAN COMBATE (Cheyenne autumn, 1964), de John Ford.-
EL GRAN COMBATE
Más que cualquier otra obra suya, “Cheyenne autumn” es un calidoscopio fordiano – con mejores intenciones que resultados – de viejas figuras que poblaron su cine a las que une una súbita vitalidad, convenientemente amarilleada por el halo nostálgico. “Cheyenne autumn” es un paisaje a cuyo fondo se arrimarán algunos mitos del cine de John Ford. Es una línea de horizonte en que pudieran dibujarse oscuras figuras recortadas ante el cielo, a las que un imaginario movimiento de la cámara nos permitiese sorprender en unas actividades que creíamos fuera de nuestro mundo. Pero que en la cercanía de una pantalla de infinitos 70mm. se revelan como eternas. Ante esa imaginaria línea de horizonte citada podíamos volver a ver a Wyatt Earp jugar su última partida de poker, a los indios peleando por su dignidad y a todos, enfin, moviéndose en un torbellino de vida y violencia. Ahora bien, presentados bajo los entonces modernos apuntes de magia que el show-biz creo para fines de susto y recreo de concurrencias: el color, el sonido estereofónico y la película de 70 mm.
Estas viejas siluetas pueden seguir dictando su lección para los amantes del cine, y su grito de dignidad y dolor ante tanta injusticia para ser oídos por las gentes de bien. Su pelea bajo un sol que desaparece, la agonía de una raza y una concepción de la vida que sólo empezamos a comprender y apreciar cuando hacen mutis por el foro. Porque únicamente cuando el género de “indios” desaparece se le dedican los últimos segundos de la historia del cine de aventuras clásico. Antes, su papel fue siempre de comparsas, con derecho a muerte anónima y racismo de unos espectadores que vieron en ellos la bestia negra de sus vidas de ficción.
Lamentablemente “Cheyenne autumn” (bello título “Otoño de los cheyennes” y no el espantoso que le pusieron en España) llegó al final de la vida activa de John Ford, le cogió un poco como a quién al ponerse a la altura de los tiempos pudiese ver que los héroes de su cine lo habían sido gracias a tanto crimen y a tantos expolios perpetrados sobre aquellos que, consumiendo sus postreros días, llegaban a los albores del siglo diecinueve viejos, cansados y con un bagaje cultural absolutamente despreciado. Los arcos y las flechas hablaban un lenguaje que probablemente jamás entendieron los que el cine – y solo el cine - creó como héroes de la nueva frontera. Más esos arcos y esas flechas fueron usados por Hollywood cien años después como punto de partida, base y excusa para utilizar el Winchester 73. Su avatar se ha repetido tanto en la vida real como en el cine. El siglo veintiuno no podrá desmentirlo.
Entonces John Ford detiene su ritmo habitual, y de forma lúcida, dolorida y nostálgica cuenta su film con dulzura y serenidad. El poder del sentimiento de la dignidad parece sustituir la furia de la venganza. Obra lírica, rodada con la facilidad de quién domina todos los resortes, no ya de su propio estilo, sino de toda su generación. “Cheyenne autumn” pertenece a la categoría de las obras de punto y final pero no a las testamentarias. Películas que ligan los universos crepusculares de quienes todavía tienen algo que decir, aunque las circunstancias les son por entero adversas. Ejemplos: “Eldorado” de Hawks, “My fair lady” de Cukor, “Un ganster para un milagro” de Capra, “Dos semanas en otra ciudad” de Minnelli, “Identificación de una mujer” de Antonioni, “Confidencias” de Visconti, “Les tricheurs” de Carné, “La puerta de las lilas” de Clair, “La calle de la vergüenza” de Mizoguchi, “El sabor del sake” de Ozu, “Agantuk” de Satyajit Ray, “Pasaje a la India” de Lean, “Ese oscuro objeto de deseo” de Buñuel, “Lola Montes” de Ophuls, “La saga de Anathan” de Von Sternberg y varias más que podrían venirme a la memoria.
Película de itinerario en la mejor tradición americana, “Cheyenne autumn” cuenta la historia de un viaje sin historia, porque los hechos que allí ocurren no proceden de una peripecia argumental sino que surgen, en número variable, del desarrollo de un problema latente en el fondo de los corazones de los hombres y mujeres que recorren un Oeste en un viaje del que ni siquiera podrán decir que fue en busca de su dignidad perdida. Porque la Historia les era tambien adversa. Porque los cineastas que vinieron despues siguieron sin hacerles justicia.
Toda esta poesía se viene abajo cuando observamos los desajustes varios de la película. Su estreno en USA fue un fracaso tremendo y la productora (Warner) redujo el metraje en más de treinta minutos. Ello redunda en que la obra quede deslavazada, con episodios que no llegan a comprenderse bien (el del político encarnado por Edward G. Robinson) y diversas fricciones en el guión que se traducen en “elipsis” ciertamente no deseadas por Ford. Tampoco el multiestelar reparto (Richard Widmark, Carrol Baker, Edward G. Robinson, James Stewart, Karl Malden, Dolores del Río, Sal Mineo, Ricardo Montalbán, Gilbert Roland, Arthur Kennedy…) raya a gran altura. Antes al contrario: Widmark y Baker están menos que discretos, Malden está sobreactuado, (Del Río, Mineo, Montalbán y Roland en sus papeles de líderes cheyennes no aportan más que presencia física), Robinson despistado y tan solo Stewart en su breve intervención como Wyatt Earp (que, dicho sea de paso, no se sabe muy bien que pinta en el argumento)aporta ironía, clase y sentido del humor.
Asi pues “Cheyenne autumn”, que pudo y debió ser una posible obra maestra y el mejor colofón imaginable para la larguísima carrera del gran Ford, devino un fracaso tan bello y tan digno como el otoño de los cheyennes.
Luis B