Juan Sardá entrevista a José Luis Guerín

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Juan Sardá entrevista a José Luis Guerín

Notapor jesloser » Sab Sep 08, 2007 8:39 pm

Con motivo del estreno de En la ciudad de Sylvia, Juan Sardá entrevista al infravalorado José Luis Guerín. Entrevista que fue publicada en El Cultural del diario El Mundo el pasado 6/9/07.

José Luis Guerín
“He querido recuperar el mito de la mujer renacentista de Dante”

Seis años después del gran éxito del documental En Construcción, Guerín regresa con En la ciudad de Sylvia, filme de ficción que ayer presentó a concurso en el Festival de Venecia y llega a las pantallas el próximo 14 de septiembre. El más emblemático de los directores españoles ligados a la concepción del cine de autor sorprende con un nuevo trabajo que derrocha romanticismo a la vez que propone una reflexión sobre el peso que adquieren en nuestro subconsciente los encuentros fugaces.

El personaje interpretado por Xavier Laffite (del cual desconocemos su nombre) es un “homme à femmes”. Disfruta vagando por la ciudad dejándose encandilar por las mujeres que se cruzan a su paso. Dotado de una imaginación romántica y turbulenta, es un tipo de personaje nuevo en el cine de Guerín, en el que se dan de la mano el idealismo y necesidades más terrenales. Puede parecer extraño, pero es bastante normal.Tan singular como representativo carácter tiene trazos de aquel Jacques Auberdi que creó Truffaut en El hombre que amaba a las mujeres o, sobre todo, del Albert creado por el escritor del siglo XIX Theophile Gaultier en Madame de Maupin, ese joven arquetípicamente romántico que se levanta al despuntar el alba, baja a la calle con “aspecto alarmado y sorprendido, la ropa mal puesta y el cabello mal peinado” acosado por todo tipo de fantasías: “¿Es una ocasión de amar, una aventura, una mujer o una idea lo que busco sin darme cuenta, empujado por un instinto confuso?”, se pregunta después. Si En la ciudad de Sylvia fuera una novela, las mismas palabras encajarían a la perfección.

Para Guerín, “raro” oficial del cine español, hombre de discurso alambicado (que él mismo teme que pueda parecer “pomposo”) En la ciudad de Sylvia no es tanto un homenaje a la mujer (retratada de la misma forma obsesiva con la que el protagonista las persigue por la calle) sino un “regalo” que se ha hecho a sí mismo. Todo ello para dar con un filme que, a pesar de la habitual tendencia del cineasta a ver crecer la hierba (empezando por el larguísimo plano inicialen el que el protagonista se entretiene dibujando a las mujeres que observa), tiene un aire ligero, sencillo, casi como de comedia costumbrista, en la que en seguida simpatizamos con ese personaje atolondrado que quiere o cree encontrar al amor de su vida en todas las esquinas. Los fans de Guerín, en cualquier caso, no se sentirán decepcionados ya que el cineasta vuelve a insistir en sus obsesiones, como la reflexión sobre la realidad y el mito o el poder de la imagen en nuestro subconsciente, asuntos ya tratados profusamente en películas como Los motivos de Berta (1985), Inisfree (1990) o Tren de sombras (1997).

En torno a la autoría
– Han pasado seis años desde En construcción, ¿a qué se debe esta larga ausencia?
– Es la cadencia natural de gestación que conlleva una película mía. Mis filmes requieren una atención personalizada, ir a todas las ciudades en que se estrena para darla a conocer. No estoy inmerso en una mecánica industrial y tampoco me siento un cineasta profesional que requiere estar rodeado todo el día de sus instrumentos de trabajo. Así que por una parte tengo muchos problemas para conseguir financiación y, por la otra, sólo ruedo cuando tengo un proyecto que me apasiona.

– Dado que los intervalos son tan prolongados, ¿tiene cada vez la sensación de que es como si estrenara su primera película?
– Siempre hay que estar intentando demostrar algo. Cuando estreno tengo la sensación de que debo ejercer de abogado de mí mismo, lo cual no me gusta. Hoy en día los cineastas nos pasamos todo el día en los medios de comunicación y nos vemos obligados a hablar constantemente, lo cual es un disparate. Además, a mí nunca me convence lo que digo cuando leo las entrevistas que me hacen, tengo la sensación de que parezco pomposo. En mi opinión, la película debería hablar por sí misma. Tanta cháchara enturbia la relación sagrada del espectador con la película.

– ¿Con esto se sitúa al lado de Barthes cuando dice que el autor no es importante, que lo que prevalece es la obra?
– No, no. Yo creo en la política de autores, lo que pasa es que debería ser el espectador atento quien se diera cuenta de las estrategias que ha seguido el director para crear esa obra. El verdadero intercambio se produce entre el autor y el espectador. Me parece bastante inútil que sea el propio cineasta quien tenga que dar más explicaciones al margen de su obra y, en ese caso, debería hacerlo mucho menos y en foros en los que se pueda discurrir sobre estos asuntos de otra manera, con mayor profundidad. Por otra parte, hay un hecho claro y es la devaluación del concepto de autoría. Antes se ponía en los títulos de crédito aquella de “una película de”, pero ahora esas palabras ya no significan nada, se han convertido en un cursilada retórica.

– La película sucede en Estrasburgo pero todo en ella da la impresión de ser simbólico. Esa ciudad las representa a todas, o a una cierta idea abstracta de ciudad, del mismo modo que la mujer es la protagonista como ente, no de una forma concreta.
– Sylvia es el único nombre propio que contiene la película, y es una persona que jamás llegamos a ver, sólo existe en el recuerdo del protagonista. Por ello, se identifica con una multiplicidad de rostros femeninos. La película se va tejiendo en ese vaivén que existe entre los dominios de la ensoñación y la realidad. En este sentido, los personajes están vaciados de características psicológicas o de referencias sociales. Del propio protagonista no sabemos nada, he querido que el propio público haga su proyección: ¿es un pintor, un poeta, un director de cine?

– ¿Ha concebido la película como un homenaje a la mujer?
– No sé si homenaje es la palabra más adecuada. Más bien diría que es un regalo que me he hecho a mí mismo. Todos hemos mirado y hemos fantaseado con los rostros que nos circundan. En eso es en lo que yo he querido basar la película. El reto más grande de este proyecto era que el público fuera capaz de captar esa sencillez. Eso no es fácil porque la mayoría de lo que se estrena son películas muy complejas, con muchos personajes y unas tramas muy complicadas. Para mí, la mejor historia del mundo se reduce a dos seres humanos que se están mirando, a la gravitación de la experiencia en un espacio.

– En este sentido, esa “ciudad de Sylvia” no sólo es un espacio indeterminado, también es mítico.
– Porque la vemos a través de los ojos del protagonista, para quien no es Estrasburgo sino el lugar en el que conoció y se enamoró de Sylvia. Todos hemos vivido experiencias extrañas de ensoñación y me interesa cómo sacralizamos determinados lugares al asociarlos con un recuerdo, con una persona. Para mí, eso es el cine, y ahí está lo que me fascina, que sólo él puede captar la naturaleza profunda de esas conexiones.

– Se establece una dicotomía muy clara entre la percepción íntima del personaje de ese paisaje urbano y ese propio paisaje, anónimo, en el que las emociones se ocultan.
– Me interesa desarrollar una mirada de la intimidad en el espacio público. Esa contraposición surge del choque entre el paisaje abstracto, que es la ciudad de Sylvia, y la propia ciudad en sí, con su particular morfología urbana: los acordeonistas rumanos, los burgueses, los vagabundos etc Ese desajuste entre el dominio de lo secreto, lo privado, con lo compartido me fascina.

¿Un cine de emociones?
– ¿Escogió la ciudad de Estrasburgo por algún motivo especial?
– Por muchas razones. Por una parte, me gusta esa indefinición que lleva inherente, no es una ciudad alemana ni francesa. En el filme, se oye hablar a la gente en muchos idiomas, por lo que no es fácil deducir dónde está el protagonista. Además, tiene ese lado de villa medieval ya que es peatonal. Y me encanta que tenga tranvías, para mí el tren siempre ha sido una metáfora del cine, como un viaje que no sabes adónde te lleva. Finalmente, un motivo de peso fue que el Ayuntamiento de Estrasburgo subvencionó parte de la película, la he podido hacer gracias a ellos y a Televisión Española.

– Asimismo, se crea una división muy clara entre las escenas diurnas (la inmensa mayoría) en las que la mujer es percibida de una forma idealizada, más netamente romántica, y la noche, durante la que esa obsesión del protagonista por el sexo contrario aparece de una forma más carnal.
– La secuencia en la que eso se ve más claro es en la de la terraza, cuando el protagonista dibuja discretamente los rostros de las mujeres que observa. Esa luminosidad del día se relaciona con el mito de la mujer renacentista, con una alusión muy clara (en un graffiti) a esa visión de Petrarca y Dante. Después tenemos el reverso nocturno, en el que el protagonista sigue su itinerario pero hay unos desvíos con sus espejismos. Esa dualidad la cogí de los cuentos medievales, que tuve muy presentes para esta película.

– Usted tiene fama de ser un cineasta intelectual. ¿Le interesa más transmitir ideas o emociones?
– Busco transmitir sentimientos. Para mí, el cine está más cerca de la emoción que de las ideas. Aunque a veces se utilizan tan mal que da vergüenza decirlo. Procuro, como cineasta, no hacerle al espectador lo que yo he visto muchas veces, ese tipo de manipulación innoble. No me gusta el cine exclamativo. En mis películas, casi no hay diálogos, o son muy banales. En esta ocasión, he caragado las tintas con los silencios o los sonidos, que son elementos expresivos que pertenecen por derecho propio al dominio del cine.

De Charlot a Bazin
– En este sentido, ¿de dónde surgen sus películas, de una idea o del instinto? ¿Hasta qué punto el resultado final se ve influido por su concepción teórica del cine?
– Yo no diría que surgen por instinto sino más bien de un impulso. El propio hecho de que una determinada imagen acuda insistentemente a mi imaginación suele ser el primer paso que indica que tiene la suficiente entidad como para embarcarse en un proyecto. Ahora bien, esos impulsos obedecen a una determinada noción del cine.

– ¿Y cuál esa noción del cine?
– En primer lugar, es mi manera natural de relacionarme con el mundo. Es el eje vertebrador de mi vida. Por otra parte, no es más que un tipo de lenguaje.

– ¿Qué pensadores o cineastas han moldeado de forma más importante su personalidad artística?
– En primer lugar, yo apuesto por un cine alejado de las imposiciones comerciales. Creo que está muy bien que coexistan ambas vertientes aunque el problema que vemos ahora es que hay un tipo de películas que son muy difíciles de ver fuera de los festivales. Aunque éste es otro tema. Respecto a quiénes me han influido, en primer lugar situaría, de forma destacada, a Charlot. Crecí viendo sus películas y es un artista con el que mantengo un diálogo continuo, que cambia a medida que pasan los años. Desde un punto de vista teórico, André Bazin y los primeros Cahiers du Cinéma son la base de la que me he nutrido.

– Sus películas destacan por la belleza de las imágenes, usted es quizá el director de cine español que encuadra mejor. ¿Eso surge de una planificación muy rigurosa?
– Para mí es vital que el rodaje esté vivo, darle margen a la improvisación. Por otra parte, sí es cierto que cuido mucho la belleza de lo que se ve en pantalla. Muchos cineastas, algunos excelentes, utilizan la imagen de manera funcional, para mí no es lo mismo captar una frase o un gesto a una distancia u otra.

– Se ha quejado de lo mucho que le cuesta encontrar financiación. ¿Cree que si hubiera nacido en otro país su vida sería más fácil?
– Me parece una pregunta muy cruel. Y no hay que estar tan seguro de que en los otros países se mime al cine. Además, opino que la concepción de una cinematografía nacional está superada. Antes sí que existían colectivos de artistas, directores que se agrupaban bajo similares coordenadas y se daban movimientos como el Free Cinema o la Nouvelle Vague. Pero hoy en día todo eso ha desaparecido.

SARDÁ, Juan


Saludos
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