Obituarios de Deborah Kerr

Obituarios

Obituarios de Deborah Kerr

Notapor cagney » Vie Oct 19, 2007 5:26 pm

EL MUNDO
Código: Seleccionar todo
Obituario / DEBORAH KERR
El rostro más elegante del Hollywood dorado
La actriz protagonizó clásicos como 'De aquí a la eternidad', 'Julio César' o 'El rey y yo'
ALBERTO BERMEJO

Hacía tanto tiempo que no había noticias de Deborah Kerr que la de su fallecimiento puede parecer un macabro error, pues la mayoría de los que siguieron su carrera la han debido de dar por desaparecida de este mundo hace mucho tiempo. Lo cierto es que su actividad como actriz se cerró a finales de los años 60, cinematográficamente hablando, con su papel de perpleja esposa de Kirk Douglas en El compromiso (1969) de Elia Kazan. Después, durante los primero 80, sólo se la pudo ver en algunas series televisivas, como Toda una mujer y Mantén vivo el sueño.

Con la distancia se puede arriesgar el juicio de que el nombre de la actriz escocesa -había nacido en Helensburg el 30 de septiembre de 1921- debe incluirse en el apartado más alto y selectivo de las intérpretes cinematográficas, más cómo verdadera actriz que como estrella. Su amplia filmografía la retrata como una mujer sobre todo elegante, de una belleza equilibrada, aunque de fría apariencia, que lograba imprimir a su gesto un abanico de emociones apenas sugeridas.

Prácticamente de niña empezó a frecuentar los escenarios, aunque parecía despuntar más como bailarina que como actriz. Debutó en la pantalla en Major Barbara (1941) en un pequeño papel secundario junto a Rex Harrison y Wendy Hiller en una trama en torno a las actividades del Ejército de Salvación, pero pronto se convirtió en un rostro habitual y popular del cine británico de la época, con frecuencia a las órdenes de Emeric Pressburger y Michael Powell, especialmente en Coronel Blimp (1943), en la que encarnaba hasta tres personajes diferentes que obsesionaban a los protagonistas masculinos, y Narciso negro (1947), en la que asumió su primer papel de monja enamoradiza, como parte de un voluntarioso grupo en el que también estaba Jean Simmon, empeñadas en una peculiar labor de evangelización en el Himalaya.

Hollywood se interesó pronto por su belleza discreta, casi modosa, y la Metro la fichó para ejercer de esposa sumisa y la fue emparejando en la pantalla con algunos grandes del momento, con Clark Gable en Mercaderes de ilusiones (1947), con Spencer Tracy en Edward, mi hijo (1949), dirigida por George Cukor, antes de encasillarla durante una buena temporada en lucida pero pasiva comparsa en una cuantas producciones de acción y de aventuras, como Las minas del rey Salomón (1950), Quo Vadis? (1951) o El prisionero de Zenda (1952).

Debió de sentirse especialmente reconfortada en el papel de Porcia a las órdenes de Joseph L. Makiewicz en Julio César, reviviendo sus juveniles experiencias teatrales, pero el personaje que, sin duda, marcó un antes y un después en la carrera de Deborah Kerr fue el de la esposa insatisfecha y ávida de algo más que afectos que encarnó en De aquí a la eternidad, ambientada en una base militar cercana a Pearl Harbor en los días previos al ataque japonés que abrió el frente del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Todavía hoy sigue resultando sugerente el beso de la actriz y Burt Lancaster tumbados sobre la arena de la playa y acariciados por las olas. La secuencia, más que la película en si, hizo saltar por los aires la imagen de mujer recatada que hasta entonces había cultivado y desde entonces, aunque aparentemente siguió imprimiendo la misma elegancia aristocrática a sus personajes, resultaba inevitable mirarla con otros ojos.

El Pacífico y la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo parecían especialmente propicios para sacar a la luz lo mejor, lo más sutil, de esta actriz de apariencia imperturbable, capaz de sugerir los desordenados sentimientos que bullían en el interior de algunos de sus mejores personajes. Como prueba, el que interpretó, de nuevo de monja desgarrada por la llamada del amor, quién sabe si carnal, en Sólo Dios lo sabe (1957), un trabajo considerado como menor en la filmografía de John Huston. Igualmente impactante resultó en su momento la interpretación de Debora Kerr en Té y simpatía (1956) a las órdenes de Vincente Minelli, como la esposa del director de un internado británico perdidamente enamorada, por supuesto en secreto, de uno de los estudiantes.

En la segunda mitad de los 50 se sucederían los trabajos más sugerentes de la carrera de la actriz, empezando por El rey y yo (1956), donde encarnaba a una institutriz británica que acepta un empleo en el antiguo reino de Siam, de la que se enamoraba inevitablemente el monarca, interpretado por Yul Brinner. El trabajo de Deborah Kerr preferido para muchos de sus incondicionales es, con diferencia, el que encarnó en el sublime melodrama romántico Tú y yo (1957), en el que se citaba con Cary Grant unos meses después en lo alto del Empire State para comprobar que seguían sintiendo lo mismo que cuando se enamoraron a primera vista en un crucero de lujo, segunda versión de un argumento que también había dirigido Leo McCarey en 1939. Junto a Cary Grant y dirigida por Stanley Donen dejó patente también sus habilidades para la comedia en Página en blanco (1960).

En el mejor tramo de su trayectoria, aún tuvo tiempo para algunas interpretaciones importantes, como la de la madrastra puritana de Jean Seberg en Buenos días, tristeza (1958), emparejada con David Niven, con el que volvería a encontrarse en uno de sus trabajos más celebrados, Mesas separadas (1958), encarnando a una solterona reprimida y manejada por una madre autoritaria, por la que fue nominada por quinta vez al Oscar, galardón que no conseguiría en ninguna de las seis ocasiones en las que optó. Después, ya prácticamente fuera de la industria, firmaría algunos personajes alternativos como el de La noche de la iguana, de nuevo junto a John Huston (1964).

Deborah Kerr, actriz, nació en 1921 en Helensburg (Escocia, Reino Unido) y murió el 16 de octubre de 2007 en Suffolk (Inglaterra).


LA RAZON

Código: Seleccionar todo
Deborah Kerr, de aquí a la eternidad

La actriz falleció ayer a los 86 años tras una silenciosa lucha contra el parkinson

La carrera cinematográfica de Deborah Kerr fue tan larga y caudalosa que resulta imposible fijarla en una instantánea, pues está repleta de interpretaciones maravillosas. Especialmente ligada a la Metro Goldwing Mayer, fue como una flor delicada que escondía una gran entereza y un violento fuego interior que cubría con una apariencia virginal. En sus comienzos en Hollywood se la encasilló en películas de corte romántico, por su aspecto de mujer tímida y asexuada, y de aventuras exóticas como «Las minas del Rey Salomón» (1950), que la catapultó a la fama internacional junto a Stewart Granger. De esta típica película de cine de sesión continua, mítica para los niños españoles de los años cincuenta, se recuerda sin duda el momento liberador en el que Deborah Kerr se corta el pelo y surge de la cascada transformada en una mujer enamorada del explorador Dr. Quatermain, y aquel cromo que le faltaba a todo el mundo para completar el álbum.
   
   De apariencia quebradiza, rubia casi pelirroja, de tez tan suave y rosácea que parecía una muñeca victoriana, Deborah Kerr pudo compaginar la apariencia de una mujer desvalida y sexualmente reprimida como la que interpreta en «Té y simpatía» (1953) con la de mujer fuerte y apasionada del filme «De aquí a la eternidad» (1956), cuya escena en la orilla de la playa besándose con Burt Lancaster, ambos en bañador, forma parte de los momentos míticos de la historia del cine erótico de Hollywood. Con este papel, por el que fue nominada al Oscar, trataba de romper la imagen de actriz fría y recatada que hasta la fecha le habían fabricado, pero nunca lo logró del todo.
   Deborah Kerr comenzó como actriz en la industria inglesa de los años cuarenta con títulos magistrales como «Narciso negro» (1947). La década de esplendor de esta intérprete escocesa fueron los años cincuenta, repleta de títulos memorables como «Quo Vadis?» (1950), drama épico sobre el cristianismo en la Roma imperial en el que interpreta a una cristiana capaz de traslucir un sofisticado erotismo a través de una túnica vaporosa atada a un póster del circo, mientras espera que Robert Taylor se enfrenta a los leones. El remake de «El prisonero de Zenda» (1952), que la volvió a emparejar con Stewart Granger, y en la que redondearía el papel de elegante dama inglesa, le valdría el reconocimiento internacional como la estricta institutriz de «El rey y yo» (1956). Este trabajo llegaría a convertirse en su marca de fábrica, y lo repetiría con igual fortuna al encarnar a la delicada esposa del profesor de gimnasia de «Té y simpatía», de Vincente Minnelli, que acaba enamorada de un alumno que despierta al primer amor.
   Pero si hubo un papel por el que será recordada por los amantes de la comedia romántica, ése es sin duda el de «Tú y yo» (1957). Cary Grant y Deborah Kerr formaron una pareja romántica de excepción. Elegantes, contenidos en la forma de expresar sus sentimientos amorosos y con esa química especial capaz de proyectar sus personajes más allá de la pantalla con su sola presencia. La revalorización posmoderna de esta delicada película de Leo McCarey se debió a Nora Ephron y su exitosa comedia «Algo para recordar» (1993), en la que recurre a la cita en lo alto del Empire State Building, como ocurría en «Tú y yo», en la escena crucial en la que Cary Grant espera en vano a Deborah Kerr, atropellada por un coche cuando acudía a la cita.
   Los sesenta fueron años de decadencia para la actriz. Dos filmes sobresalen, sin embargo, por encima de comedias y filmes de horror en la estela de «¿Qué fue de Baby Jane?» (1962), «Suspense» (1961) de Jack Clayton, un relato gótico en el que Deborah Kerr realiza una magistral interpretación contenida, de nuevo como una institutriz obsesionada, basada en el relato de Henry James «Otra vuelta de tuerca», y el drama tremendista de Tenneesse Williams «La noche de la iguana» (1964), en el que compartía cartel con Richard Burton y Ava Gardner, y que, como era ya usual, daba vida a una pintora reprimida en un medio «caliente» como Puerta Vallarta, entre explosiones de deseos incontenibles, pasiones furibundas, remordimientos y culpa. La década se cierra con una excelente interpretación en «El compromiso» (1969), un filme crepuscular tanto para Elia Kazan como para Deborah Kerr. Así termina su carrera cinematográfica, a la que siguieron trece años después algunos episodios televisivos insignificantes. Kerr se casó dos veces. La segunda vez con el escritor y guionista Peter Viertel en 1962 y vivió retirada del cine en Suiza y en su casa de Marbella, aquejada de Parkinson los últimos años de su vida.
or seis veces fue nominada al Oscar y jamás lo ganó, aunque en 1994 obtuvo el Oscar honorífico.

Lluís FERNÁNDEZ


EL PAIS
Código: Seleccionar todo
Un beso que se adelantó a su tiempo

ELVIRA LINDO 19/10/2007

Hay artes que se aprecian con el tiempo. El juicio juvenil, tendente a admirar la belleza en su sentido más obvio, no suele apreciar cierto talento. El arte de la interpretación de esta actriz, Deborah Kerr, está seguramente inscrito en toda esa lista de tesoros que nuestros ojos juveniles no podían disfrutar del todo. A la Academia de Cine americano le debió pasar lo mismo porque, siendo una actriz respetadísima, nunca la consideró merecedora de un Oscar. Mejor dicho, se lo concedió cuando ya no quedaba más remedio, al final de una carrera plena de interpretaciones preciosas. Desde siempre recuerdo a Deborah Kerr pero mis ojos de niña o adolescente preferían a las actrices más arrebatadas o más guapas. Ahora, mi experiencia me permite disfrutar de toda la sutileza de su estilo. Una sutileza que la encasilló en papeles de mujer contenida y atormentada y de la que ella intentó zafarse atreviéndose a protagonizar ese De aquí a la eternidad, que contiene una de las escenas más calientes del cine de esa época y de ésta, en la que lo caliente siempre parece estar relacionado con lo obvio. La Kerr era de todo menos obvia y previsible, y todos los papeles que interpretó están abordados de una manera muy moderna, que la enmarca más en el naturalismo de los grandes actores de ahora mismo, que afrontan la naturaleza de los personajes no sólo desde lo que dice sino también en lo que se contiene y se calla.

Los grandes directores supieron ver el talento de esta actriz con formación teatral -lo cual siendo una actriz inglesa significa poseer una gran preparación- y no es casualidad que John Huston, Mankiewicz, Zinnemann o Jack Clayton se rindieran a esta mujer de belleza nada estridente y tan rica en unas emociones interiores que la hacían apropiadísima para interpretar a personajes de grandes turbulencias psicológicas. Aunque los buenos títulos que protagonizó son muchos y serán en estos días reseñados por los expertos, yo, como simple admiradora, me quedo con dos momentos y papeles que guardo como esenciales en mi memoria cinematográfica y que compartiré con muchos espectadores: el tórrido beso en De aquí a la eternidad con Burt Lancaster en la playa, donde todo lo que puede expresarse sobre el deseo sexual está en esos dos cuerpos mojados sobre la arena, y la inquietante personalidad de la institutriz de Otra vuelta de tuerca, de la que no llegamos a discernir si está en esa casa para aterrorizar a unos pobres inocentes o si está inocentemente aterrorizada. Tuvo la suerte de protagonizar películas eternas, de esas que han superado con toda justicia la criba del tiempo, y las supo enriquecer con la fuerza de un raro, nada usual atractivo. Demostró su capacidad de interpretar papeles muy diversos aunque creo que hay algo que le hubiera resultado imposible: desprenderse de su delicada feminidad y de una tremenda elegancia. Dicen que ha muerto sin recuerdos, sin saber que ella era Deborah Kerr.


EL PERIODICO
Código: Seleccionar todo
Atormentada por el sexo

Se ganó la fama de mojigata, pero nos deja un abanico de mujeres turbias

SERGIO G. Sánchez
GUIONISTA DE 'EL ORFANATO'

Uno de los instantes obligadamente emotivos de cada entrega de los Oscar es el recuerdo a los actores y técnicos que nos dejan. Es un momento bastante impúdico, casi pornográfico, en el que la carrera de una persona parece reducirse a un breve montaje de imágenes sometido a la cruel prueba del aplausómetro. Este año tendremos que escuchar el nombre de Deborah Kerr en esa lista el 24 de febrero. Y unos aplausos que difícilmente podrán reconciliar al tío Oscar con la Rosa Inglesa.
La Kerr tiene el triste récord de ser la actriz nominada en más ocasiones (seis) sin haber logrado la estatuilla. Pero si hay algo que caracterizó siempre a la actriz es la elegancia, y por ello cuando se le concedió el Oscar honorífico en 1994 dedicó estas palabras a sus colegas: "Nunca he estado tan aterrorizada en toda mi vida, pero me siento mejor porque sé que estoy entre amigos. Gracias por regalarme una vida feliz". Enferma ya en esta la que sería su última aparición pública, su discurso se revela ahora como una despedida.
Pero somos nosotros los que deberíamos estar agradecidos. Antes de irse la Kerr nos regaló un manojo de personajes inolvidables. Y es curioso que la actriz culpó de su retirada al exceso de carnalidad en el cine cuando dejó su huella en la pantalla interpretando a personajes casi siempre atormentados por el sexo. Ahí está para el recuerdo ese revolcón adúltero en la playa con Burt Lancaster en De aquí a la eternidad, la madre superiora tan sabia como castrante de Narciso Negro, la solterona baptista encargada de mediar entre los desatados Richard Burton y Ava Gardner de La noche de la Iguana, o sobre todo esa institutriz reprimida que ve fantasmas de intenciones obscenas en cada rincón de la mansión de Suspense.
Se ganó la injusta fama de mojigata de frialdad lunar, pero nos deja un abanico de personajes turbios por los que la recordaremos. Si quieren rendirle homenaje a esta enorme actriz y de paso hacerse un grandísimo favor, repasen en cuanto tengan oportunidad Supense. Es sin duda alguna la más bella película de terror jamás filmada. Cuando Deborah Kerr besa en los labios al pequeño Miles en el último plano consigue helarte la sangre como solo pueden hacerlo los grandes. Gracias, Deborah, y buen viaje.
Avatar de Usuario
cagney
Director consagrado
Director consagrado
 
Mensajes: 2003
Registrado: Sab Ago 12, 2006 12:31 am

Volver a Obituarios

¿Quién está conectado?

Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 1 invitado

cron